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Dibujos en el Arroyo Hondo


A la llegada a Pozoblanco, la bandera homenajea a la Virgen de Luna.

Ya otros años he acudido al santuario de La Jara para vivir la romería en el ocio de las familias desparramadas bajo las encinas, el ambiente de la ermita, el mercadillo que todo lo envuelve, la salida de la imagen a través de la dehesa e incluso parte del camino, pero este año quería presenciar por vez primera otro de los momentos simbólicos más intensos de la jornada: la llegada de la Virgen de Luna a Pozoblanco y su recibimiento por el pueblo en el Arroyo Hondo, con los ritos a él asociados. Y tras vivirlo no cabe sino concluir que se trata de otro de esos instantes que nadie, por muy descreído que sea, puede presenciar sin emoción. Justo al atardecer, cuando ya los últimos rayos del sol inundan el entorno con ese dorado evocador de todas las nostalgias, cientos de personas se agrupan a la entrada del pueblo, donde, sin brillo de incertidumbre, esperan que se repita la tradición. La Virgen, traída a hombros desde el santuario a lo largo de once kilómetros, se detiene, flanqueada por los cofrades escopeteros y envuelta en las miradas de fieles y curiosos. Las autoridades civiles y eclesiásticas, enfrentadas a la imagen, se acercan lentamente, desde lejos, para hacer más visible la ceremonia. El alcalde se adelanta unos pasos y dispone en el manto sagrado los atributos que marca la costumbre inmemorial. Hay cánticos, rezos, los niños ofrecen su hornazo ("Virgen de Luna, ¿quieres mi hornazo...?"), pero allá a lo lejos, en la explanada, rodeado en círculo perfecto por el gentío que asiste a lo esperado, aguarda el abanderado, solo, concentrado, como dispuesto para un duelo de enigmas con resultado incierto. A la señal convenida, se alza la bandera y vuela por los aires, trazando dibujos que simulan enseñanzas, rutas que seguir, esperanzas ordenadas por el azar, mientras una explosión de escopeteros inunda el aire y el pecho. Ya en la penumbra de la inevitable noche, la Virgen enfila la primera calle del pueblo, sin que ningún arcano se haya desvelado aún.


El alcalde de Pozoblanco, Baldomero García, prende en el manto de la Virgen la llave de los sagrarios de Pozoblanco y Villanueva de Córdoba.

Acompaño la procesión todavía un rato más, hasta ver otra descarga y otro revoloteo de bandera, tan indescifrable como el anterior, como todos. Es tarde, sin embargo, y debo marchar. Conduzco mi automóvil como huyendo de algo, cercado por un negro encinar que, en la oscuridad de la noche, simula amenazas, asechanzas imaginadas o imaginarias. Todavía inquieto, voy siguiendo el recorrido de la procesión a través de la radio. Al llegar a Pedroche, Antonio Manuel alaba la decoración de balcones y ventanas. Hacia Torrecampo se destaca el poder de los disparos de pólvora, que ahora no sólo se oyen, sino que también se ven, para más desazón. Al llegar a la frontera natural de Puerto Mochuelo imagino que acabará la conexión, justo cuando el alcalde ofrece a la Virgen el cetro de alcaldesa perpetua a las puertas mismas del Ayuntamiento y las interferencias de la altura quieren como hablar y explicarse. Las ondas, no obstante, me acompañan aún por los campos antiguos de la Alcudia, y en La Bienvenida siento el esfuerzo de los porteadores subiendo la calle Jesús, mientras comienza a oirse el repique de campanas de Santa Catalina. Ya enlazo con la N-420 envuelto en el silencio imponente de las miles de personas que colman la plaza y el saludo respetuoso de los caballistas. Subiendo Puerto Pulido alcanzo a distinguir aún la entrada al templo venciendo los cinco escalones, pero al comenzar el descenso las interferencias se imponen sólo unos segundos antes de contemplar ya los fuegos de Puertollano y de que el sintonizador automático transforme los ecos de la salve popular en resultados del marcador deportivo. En un instante, todo recupera su equilibrio y las certezas vuelven a su lugar.


La procesión se encamina hacia Pozoblanco.


Los niños esperan el paso de la imagen para ofrecerle su hornazo.


Unos cofrades preparan sus armas para la descarga.


Los escopeteros hacen sus descargas al vuelo de la bandera.


La Virgen de Luna entra en Pozoblanco sobre los brazos levantados de los porteadores.


Revoloteo de la bandera en el Arroyo Hondo.


La bandera se hace dueña de la calle.

5 comentarios :

Sara | lunes, febrero 28, 2011 6:57:00 p. m.

Que emoción me da ver estas imágenes tan bonitas, a ver si para otro año puedo vivirlo de cerca.

Anónimo | lunes, febrero 28, 2011 7:23:00 p. m.

No he ido este año,a la romería, pero ahora mismo leyendo lo que Antonio nos escribe sinceramente me he emocionado,gracias por las fotos y la crónica,esa que creo que pocos saben narrar como tu,cargada de emoción y sentimientos,que sin estar allí te transportan al lugar de una forma única,y que tú consigues transmitir.GRACIAS.

Hermano de la Cofradía | jueves, marzo 03, 2011 4:50:00 p. m.

Gracias Antonio por el relato y las fotos. Yo que sí estaba cerca, pero que muy cerca lo he vuelto a vivir al leer tus palabras.

Gracias

Anónimo | jueves, marzo 03, 2011 6:56:00 p. m.

Hay que ver que feo es el uniforme de los escopeteros, no puede ser mas cutre y antiguo, lo unico que les falta es llevar bigote al estilo Tejero para parecer más serios y antiguos, por favor que un diseñador nos alegre la vista y cambie ese uniforme tan horroroso.

Miguel Barbero | viernes, marzo 04, 2011 8:44:00 a. m.

¡Se trata de una hermandad religiosa de muy larga tradición! ¿Se los imagina vestidos de astronautas o de "Locomía", como signo de innovación? No garantiza la belleza lo mas novedoso. Supongo que nadie le dice a usted cómo debe vestirse; ¿o es de los que se aborregan y hace lo que decida una línea industrial de la moda? Por cierto, ya sabrá que las modas dan vueltas y se repiten cada cierto tiempo. Un cordial saludo.

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