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Consuegra

Gabriel García de Consuegra Muñoz es más conocido últimamente por sus colaboraciones en el semanario Los Pedroches, donde en cada número nos presenta una nueva entrega de su prosa afilada, casi siempre ajena a toda moderación y con frecuencia fuera de tono. Allí deja constancia de sus inquietudes y preocupaciones, y, sin interponer la suficiente distancia con respecto a los asuntos que aborda, como cabría esperarse en un filósofo, se enfrenta visceralmente, sin dejar títere con cabeza, a los asuntos que más le obsesionan: críticas sangrantes al gobierno del PP y al PP mismo, a la Iglesia y sus satélites, a las mujeres (su actitud misógina me pareció en un primer momento fingida y meramente provocadora, pero la insistencia posterior me lleva a pensar que se trata de una convicción), etc.

Sin embargo, Consuegra es también autor de varios libros sobre la comarca de Los Pedroches, que recientemente ha tenido el buen acuerdo de incluir en su página personal. El último de ellos se titula La vida en Pozoblanco en torno a 1900, y, como su título indica, aborda, en tono más costumbrista que propiamente histórico, la vida en la capital de la comarca a principios del siglo XX. Todavía no he podido leerlo completo, pero seguro que aporta datos de mucho interés. Lástima que en las pocas catas de lectura efectuadas me haya topado con argumentaciones con las que difícilmente puedo estar de acuerdo. Algunas son meramente anecdóticas, como la de considerar, al estudiar los hábitos sociales, que las campanadas del reloj del ayuntamiento orientaban de algún modo el horario de los varones de la época y las de la iglesia el de las mujeres ("la jornada mujeril", dice). De más interés historiográfico me resulta la excesiva importancia que, en mi opinión, concede a la influencia judeoconversa en la formación de la mentalidad de la gente de Pozoblanco. En realidad, ni siquiera está documentada con cierta solvencia la presencia de población conversa significativa en la comarca (por supuesto, ninguna noticia hay de judíos antes de la expulsión), por lo que hacer a los progresistas del siglo XIX herededros de la etnia judía (por oposición a los moderados, que serían los cristianos viejos) me parece algo aventurado, mientras no se aporten mayores argumentos que la pura intuición. Con todo, prometo leer con atención tanto el resto de este libro como los demás que se incluyen en la página, y aconsejo lo mismo a quienes esto vean.