Cementerios
Se cumplen cien años desde que el arquitecto Adolfo Castiñeyra y Boloix, considerado introductor del modernismo en Córdoba, redactara el proyecto de edificación del cementerio de Añora. Resulta sorprendente como en la actualidad el arte funerario apenas recibe atención, a pesar de que todos en la escuela estudiábamos con profusión las necrópolis de la antigüedad egipcia o romana y sus grandes y pequeñas construcciones. A mí siempre me han gustado los cementerios, y puede que escriba sobre ello con álgún detenimiento más adelante. No se trata de ninguna perversión. Hay en los camposantos algo que los hace atractivos para una mirada espiritual. No sólo por lo que de sugerencia sobre la propia existencia puede residir en ellos, sino porque, vistos desde el presente, se presentan como un compendio -paradójicamente- de toda tu vida.Los ayuntamientos, en la actualidad, dedican poca atención a los componentes estéticos de los cementerios y hay dificultades psicológicas y sociales para considerarlos edificios históricos susceptibles de albergar valores patrimoniales dignos de ser protegidos. En muchos de nuestros pueblos los cementerios (reconozco que he visitado bastantes, aunque no todos) parecen cada vez más almacenes donde se amontonan y apiñan nichos o tumbas sin mayor intención que el aprovechamiento del terreno. Y sin embargo, debería tratarse de un espacio sumamente cuidado, no sólo por la evidencia de que él será nuestro paradero definitivo, sino porque en él se contiene, también, la memoria de nuestros pueblos y sus gentes, su trayectoria y su destino. Leer los nombres de las lápidas es leer la nómina de personas que formaron nuestra historia más cercana. No debe haber nada de tétrico o tenebroso en pasear por un cementerio. La muerte no es sino una realidad más de las que conforman nuestra existencia, y no de las más temibles. Lo peor, ya lo sabéis, está fuera.
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