Mar adentro
Debo ser de los pocos a los que no ha gustado la película Mar adentro, dirigida por Alejandro Amenábar. Bueno, no es exactamente que no me haya gustado, sino que no consigo ver en ella la obra maestra del cine mundial que algunos críticos y comentaristas quieren mostrarnos. Reconozco que el nivel interpretativo de los actores (de todos) roza la perfección, desde Javier Bardem, que borda el papel de su vida, hasta los magníficos secundarios, que tienen la rara habilidad de transmitirnos sensaciones y sentimientos sin necesidad de hablar (ese abuelo, esa cuñada, ese hermano, ese sobrino). Sin embargo, qué quieren que les diga, el tono general de la película no deja de recordarme a aquellas lacrimógenas telemovies que antiguamente echaban en Antena 3 después de comer, todas ellas, indefectiblemente, "basadas en un hecho real". Pienso que, al ver esta película, el espectador español añade mucho de su propia cosecha, por tratarse de un caso tan reciente y de tanto impacto social que todavía está presente en la mente y en el corazón de la gente, por lo que las posibles carencias argumentales que pudiera mostrar el guión son rellenadas inconscientemente por el espectador, que, en general, conoce el caso con más o menos detalle. Por lo demás, se trata de una película, en mi opinión, absolutamente plana y lineal, con una separación abismal de propuestas tan atrevidas y arriesgadas del mismo director como Abre los ojos, para mí su mejor película y una de las obras más rompedoras del cine español de los últimos años.Y luego está eso que se llama "el debate social", a mi modo de ver absolutamente desenfocado en relación con la película. Pues, como creo recordar que se apunta en algún momento de la obra, el tema de Mar adentro no es la eutanasia, sino el suicidio. Ramón Sampedro no quiere que lo maten, sino que lo ayuden a matarse a sí mismo, dada la imposibilidad a hacerlo por sus propios medios. Para ello, paradógica pero tan comprensiblemente, no cuenta con la ayuda de las personas que están más cerca y que más le quieren, temerosas, como es común a la naturaleza humana, de ese salto al vacío que es hundirse en lo desconocido (por cierto, el salto al vacío de Javier Bardem a la poza sin agua es el mismo que el de Eduardo Noriega desde el edificio de ELI: a los dos les espera, a la llegada, otra vida u otra muerte).
Y debió ser por influencia de Mar adentro por lo que, cuando llegué a casa ya casi en la madrugada del jueves, deseoso de ayudar a morir o de matar, decidí eliminar para siempre mi página web sobre Añora, dando un salto en el vacío con cámara cenital que mostrara que allá abajo hay más vida o más muerte, un mundo desconocido que consiga dejar atrás el hábito y la costumbre, la ficción, aquello que, habiendo sido novedoso algún día, era ya lastre y rutina, de la que dice el diccionario que es "hacer las cosas por mera práctica y sin razonarlas" y, por tanto, añado yo, sin disfrutarlas.
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