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Castillo de Santa Eufemia

Hacía tiempo que no visitaba el castillo de Santa Eufemia. Quise hacerlo cuando la encuesta sobre los diez monumentos más representativos de Los Pedroches, puesto que no encontré imágenes adecuadas para ilustrarlo, pero el miedo cerval que profeso a las culebras me impide acudir a ciertos lugares que imagino muy poblados de reptiles durante todo el verano y buena parte de la primavera y otoño. Ahora, que supongo a las sierpes bien confortablemente recogidas en sus invernales guaridas, me he atrevido a subir de nuevo a la cima del Miramontes, y toda la fauna que he visto por allí han sido tres cuervos y una rata de campo (animales que, la verdad, tampoco me agradan en exceso, pero al menos no me espantan).

Como ocurre con tantos otros monumentos de la comarca, para llegar al castillo hay que dejarse llevar por la intuición, pues ningún cartel indica el camino (y no diré ni pío más sobre este tema, que ya me han dicho que me meto demasiado con la Mancomunidad). El dicho camino resulta ser un carreterín serpenteante para el que conviene en exceso generoso el calificativo de pésimo, que es el superlativo de malo. Tal subida a los infiernos tiene, sin embargo, en la cima, la reconfortante recompensa de asistir de nuevo al espectáculo impagable de contemplar el mar de encinas, el lejanísimo horizonte, la villa a los pies, las tierras altas y bajas de Los Pedroches, todo ello desde el centro mismo de su historia. Lo que debió ser imponente fortaleza son sólo hoy ruinas evocadoras de pasadas grandezas. Sorprende contemplar cómo subsisten en pie algunos torreones o lienzos de muralla con más cuerpo que base, y algo debe tener que ver en ello el apego a la tierra, la solidez del granito que está en sus fundamentos, el placer de contrariar a la lógica y las ganas de denunciar una situación que se mantiene desde hace ya tantos años. El abandono es absoluto, pero ¿a quién le sorprende ya?. Ni siquiera el monolito de granito que informa brevemente en placa de metacrilato sobre los monumentos de la comarca ha merecido aquí leyenda propia. La soledad de la piedra ágrafa resulta ilustrativa. Nada, ni una palabra.

El frío de esta tarde de diciembre penetra en mis huesos mientras rodeo la fortaleza, saltando sobre rocas, pisando escarbaderos que no sé si atribuir a feroces jabalíes o a ávidos expoliadores buscadores de metal. La soledad impone. Ni siquiera tantas antenas de esto o de lo otro como proliferan por allí restan encanto al lugar. Me siento sobre una piedra de cara a la villa, que a mis pies, en el abismo, resulta placenteramente irreal. Desde abajo deben escucharse los gritos de tanto abandono, pero, sin embargo, cuando bajo, no se oyen. Por la carretera que se quiere autovía pasa algún vehículo, en treinta kilómetros me cruzo con dos.

Castillo de Santa Eufemia

Castillo de Santa Eufemia




Algunos lectores de esta bitácora se han sentido ofendidos por la inocentada de ayer. Lo siento, y no creo que sea necesario decir que no era esa mi intención. Aunque, la verdad, no veo el porqué de esa ofensa ni dónde está el mal gusto de la broma. Con todo, dos motivos me eximen de pedir más disculpas. Primero, la tradición popular de los Santos Inocentes, que con su sabiduría natural liberadora de instintos me autoriza a esta transgresión sin necesidad de mayores justificaciones. Segundo, y sobre todo, que el castillo de Belalcázar también es mío y no le concedo a nadie más derechos de propiedad sentimental sobre él que los que yo mismo poseo.

1 comentarios :

Anónimo | miércoles, octubre 12, 2005 8:01:00 p. m.

Hola, Perdón por laignorancia, pero ¿Donde esta este lugar?
Luis Miramontes
superpatos_97@yahoo.com

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