Ay (suspiro). A veces uno como que desea que acaben ya las vacaciones para regresar a la dulce y tediosa rutina de todos los días iguales, pues tantas celebraciones parece que desequilibran los biorritmos y todo eso. El día de los hornazos en Añora (y en otros pueblos de la comarca) ha puesto el adecuado fin de fiesta pagano a la Semana Santa. Aquí estamos otra vez, todo poco a poco volviendo a la normalidad. Ahí está el Outlook con más de treinta mensajes, casi todos con asuntos impronunciables (tratamientos contra la impotencia, tabletas mejores que la viagra, farmacias mejicanas... ¡cielos! ¿pero en qué páginas entro yo? Porque a esta Amy Allison juro que no la conozco). Me he tomado un vaso de leche con dos analgilasas para prevenir el inevitable dolor de cabeza que se avecina. He escrito, con ideas que he venido pergeñando mientras conducía, mi próximo artículo para
Cerro del Cuerno (que, por cierto, va de linces; bueno, de un lince; bueno, no, de varios linces). Me he reído al recordar la anécdota que me han contado hoy, que hablaba de dos mujeres que se peleaban a voces y una le decía a la otra: “¡Y en mi propia cama!”, ejemplo de que hay historias que, como la del dinosaurio de Monterroso, se encierran en una sola frase. He echado un rápido vistazo a los periódicos de los últimos días, y veo que Gabriel García pone alto el
listón de los ganaderos, que el Ayuntamiento de Villanueva de Córdoba presenta una
ruta turística por la localidad que termina (oig, qué
cosas y qué poco disimulo) en un restaurante, que a falta de ATI ahí está
El Cabril. Todo parece volver a la normalidad, hasta las
visitas a
Solienses comienzan a recuperar su ritmo tras la travesía de pasión. Ay, qué bien, de nuevo en casa.
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