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Competencia

Cerro del Cuerno/61

Hace unos días acudí a una agencia de viajes de Pozoblanco para adquirir un talonario de Bancotel. ¿Cuánto es?, pregunté a la dependienta al entregármelo. Tanto, y dígame su nombre. ¿Mi nombre?¿Para qué quiere mi nombre?. Para rellenar el informe, dice la señorita, fastidiada por tener que explicar lo obvio. ¿El informe? ¿qué informe?. Cada vez que vendemos un talonario o un billete de tren, por ejemplo, tenemos que rellenar un informe con el nombre del comprador, replica asombrada de mi extrañeza. Pues yo voy a la tienda a comprarme una camisa y no me piden que le dé mi nombre, apunto tímidamente. Pero, hombre, esto no es lo mismo, concluye con el orgullo herido de quien ha sido comparado con los demás y no soporta que un cualquiera que entra a comprar ponga en cuestión sus métodos organizativos. A estas cosas me refería cuando hace unos meses, para molestia de unos pocos, aludí al carácter decimonónico de algunas tiendas y comercios de Pozoblanco, donde se conservan formatos y rigores absolutamente pasados de tiempo y donde el trato al cliente oscila entre la condescendencia y la exigencia, pero está lejos del servicio debido a quien, según el refrán tutelar del mundo comercial, siempre lleva la razón. Cuando compre mi próximo talonario, desde luego, acudiré a otra agencia, pues todos estos son males que se curan sencillamente con la competencia. Por eso sorprende la decisión del ayuntamiento de mi pueblo, que en una, por otra parte loable, iniciativa de desarrollo comercial en la localidad ha decidido que en los locales de titularidad pública que se están construyendo “no se permitirá la instalación de ningún comercio que pueda ejercer competencia a los ya existentes” en nuestro municipio. Y esta afirmación contraria a toda norma de libre comercio y defensa de la competencia la rubrica el alcalde sin ningún pudor ideológico. Se trataría, entonces, de perpetuar situaciones tan increíblemente anómalas como que en ese mismo pueblo mío no se pueda comprar pan después de las once de la mañana, porque un pacto, expreso o tácito, entre panaderos obliga a madrugar si quieres tener pan del día, lo que fomenta inevitablemente que la gente acuda a comprar esa y otras mercancias al pueblo vecino. Son situaciones observadas también en otros lugares, donde la existencia de una sola tienda del ramo la perpetua en unas instalaciones y en unos modos impropios de una sociedad que en la mayoría de los aspectos ha evolucionado a mejor y nos ha hecho a todos más justamente exigentes. Yo al menos ya no estoy dispuesto a que cuando entro en una tienda a comprar cualquier cosa me tomen nota de mi nombre y apellidos.

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