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Museo Guggenheim de Bilbao
Museo Guggenheim de Bilbao.

Viajar abre la mente, invita a nuevas seducciones y es el mejor revulsivo que conozco contra la pereza intelectual. Pero hay ciertos lugares a los que acudir es una obligación, porque el viajero llega a ellos cargado de tópicos y prejuicios, de reservas morales y certezas hurdidas en el desconocimiento que forjan muchos años de sombras y miedo. Así, sumergirse unos días en un Bilbao que se preparaba para sus fiestas (Aste Nagusia) ha sido una experiencia viajera llena de descubrimientos gozosos, de la que uno sale, como siempre, más sabio y más libre.

La primera satisfacción la produjo el Museo Guggemheim Bilbao, uno de esos iconos de la modernidad con los que, habiéndolos conocido exhaustivamente a través de los medios de comunicación, uno desconfía enfrentarse directamente por temor a sentirse defraudado ante unas expectativas casi siempre excesivas. Pero no. En esta ocasión lo encontrado ha colmado con creces lo esperado y puedo asegurar que el edificio de Frank Ghery ha resultado ser una construcción fantástica, digna de ser visitada en sí misma independientemente de las colecciones de arte que en cada momento albergue. Como una catedral, interesa tanto el continente como el contenido. Y no es éste el lugar para hablar de ello, pero tanto la exposición temporal sobre arte ruso (desde los iconos del siglo XIII al arte Sots de finales del XX) como las esculturas imponentes de Richard Serra de la colección permanente me han ayudado a mirar a partir de ahora con otros ojos al arte contemporáneo, al que, reconozco, no había sido capaz de valorar hasta el momento como objeto artístico digno de perdurar para futuras generaciones. La instalación de Bugaev titulada Mir, en la cual se proyecta un vídeo que recoge una sesión de electroshock en un hospital psiquiátrico de Crimea, convulsiona y conmueve por igual al espectador, efectos nada despreciables para una obra artística.

Pero además, Bilbao me ha parecido una ciudad preciosa en todos los sentidos estéticos de esta palabra. Décadas de miedo han mantenido oculta, pienso que para muchas personas igual que para mí, una ciudad limpia y elegante, llena de atractivos turísticos y poseedora de una entorno natural impactante. Sé que tras las fachadas de los edificios de color que dan a la ría se esconden historias tremendas de dolor y frustración y que, durante muchos años todavía, será difícil pasear por sus calles sin sentir, de vez en cuando, la necesidad de mirar disimuladamente hacia atrás, pero cuando ayer mismo por la mañana contemplaba ese desfile de gigantes y cabezudos en medio de la algarabía popular, no pude dejar de pensar y de sentir qué iguales somos todos y qué difícil e inútil es acotar fronteras y establecer diferencias.

Ría de Bilbao
Edificios de colores en la ría de Bilbao.

Desfile de gigantes y cabezudos
Desfile de gigantes y cabezudos por el puente del Arenal.

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