Canción triste de Santa Eufemia
El grupo de visitantes con el castillo de Miramontes al fondo (pinchar en la foto para verla más grande).
Ocurre con cierta frecuencia que la historia de un lugar pesa tanto que acaba imponiéndose necesariamentese sobre el presente en que vive. Así, al visitar hoy Santa Eufemia, de la mano de la Coordinadora de páginas web de Los Pedroches, uno siente que los restos arquitectónicos de su pasado desbordan con mucho la capacidad de cobijarlos que ofrece la villa. Los vestigios de la muralla medieval, con su arco y sus torreones, la iglesia parroquial de la Encarnación, el más puro templo mudéjar de la provincia, y el castillo de Miramontes, que compensa sobradamente su estado ruinoso con el privilegiado emplazamiento que ocupa, forman un conjunto artístico y monumental de tal categoría que su presentación correcta al visitante necesitaría de una dedicación entusiasta que dista mucho de estar conseguida. Está claro entonces que las políticas mancomunadas en materia de turismo rural están siguiendo una línea muy equivocada, porque no debería ser posible que alguien se marche de Santa Eufemia, después de recorrer sus calles, considerando que la visita no ha valido la pena. Si cualquiera acaba el recorrido pensando así, es que la villa no ha sabido aprovechar las impresionantes posibilidades con las que la historia la ha obsequiado y está dilapidando un patrimonio que, con una mejor gestión y una mayor dedicación profesional, podría colaborar significativamente al mantenimiento de una economía local muy necesitada de nuevos empujes.
Los restos del recinto amurallado mandado construir por Gonzalo Mejía II en 1474 constituyen toda una pecualiaridad exquisita en Los Pedroches, donde no existe otro caso semejante. A pesar de que sólo se conservan algunos fragmentos muy deteriorados, tres imponentes torreones cilíndricos y una bella puerta con arco de herradura, el conjunto resulta evocador de un pasado señorial agresivo necesitado de refugio y protección. La misma sensación que desprende la imponente iglesia-fortaleza de la Encarnación, un templo gótico-mudéjar sin par en la provincia de Córdoba, que con frecuencia hubo de ofrecer también asilo a los calabreses ante acechantes peligros reales o imaginarios. Y, en fin, qué decir del siempre magnífico castillo de Miramontes, cima de Los Pedroches y altar de todos sus pasados y futuros. Las impresionantes vistas paisajísticas que desde allí se gozan bastarían para justificar cualquier visita a la villa. Pero además, cabe destacar que su origen musulmán lo erige en testimonio fundamental de una etapa histórica para la que apenas conservamos certificados en la comarca. Su condición ruinosa se eleva en valor cuando aceptamos que así se mantiene desde 1478, cuando fue mandado destruir por los Reyes Católicos para castigar los excesos del bronco señor de Santa Eufemia, un Mejía de los pies a la cabeza.
Esta tríada capitolina del patrimonio monumental de Los Pedroches necesita, insisto, una mejor oferta al visitante. El pecado no es exclusivo de Santa Eufemia, pero la grandeza y pureza de la muestra merece aquí especial censura. Santa Eufemia es otra de esas villas que no acaban de encontrar su lugar, teniéndolo tan claro. Su posición capital en los siglos parece haberla hundido en un derribo que dura ya demasiado. Es cierto que nuestra sexta visita cultural a un pueblo de Los Pedroches no ha brillado con la luz que hubiera debido, a pesar de un clima magnífico, a pesar de una materia prima artística y monumental de primera calidad, a pesar de la gentileza del alcalde de la villa, que tuvo a bien recibirnos a primera hora en un gesto que se agradece; y la culpa de esta pequeña frustración viajera no se debe a algunas nubes que a veces empañaban el horizonte amenzador, ni a un desagradable incidente a la hora del aperitivo, sino, fundamentalmente, a una mala presentación de la oferta. Habiendo tanto, hemos percibido poco. Y allá, sobre la sierra picuda de Santa Eufemia quedaron, cuando ya decidimos marchar, los viejos golfines de las antiguas rutas del azogue, aquellos que según Bernier romantizaron prematuramente el norte cordobés, ocultos ahora tras las peñas de un futuro que no acaba de verse claro, necesitado de empuje para quienes se acercan a la villa ávidos de historia y de cultura, predispuestos al goce que proporciona el arte y la naturaleza en su esplendor, convencidos de que un auténtico disfrute de la villa y su paisaje no debe ser exclusivo del corzo y los monteros.
Uno de los torreones de la muralla.
Iglesia de la Encarnación.
Imagen clásica de Santa Eufemia desde el castillo.
Más imágenes de la visita (by Dani).
2 comentarios :
¿Acaso no contasteis con Miguel Torres como cicerone?. Por otras experiencias en visitas como la vuestra hemos comprobado que, si la persona que hace de guía no valora verdaderamente lo que enseña como algo propio, no se le saca todo el provecho que merece, como nos ocurrió a nosotros en Dos Torres hace ya tiempo.
No debe parecernos lamentable la situación, solo se debe mejorar y mucho.
Soy turista habitual de esta localidad pedrocheña y me parece que tiene una historia muy peculiar que deberían conocerla los lugareños porque de esa manera darían más importancia a lo que tienen y es un buen reclamo para otras personas que desconocen la zona.
Hablemos y cuidemos bien lo nuestro.
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