Lope en El Silo
Un momento de la representación de ayer en El Silo de Pozoblanco.
Basta que me escuchen las estrellas resultó ser un espectáculo poético, cómico y teatral. Uno acude siempre a estas propuestas con cierta prevención. Las biografías no son fáciles de trasladar al teatro y más si se trata de la de un personaje tan novelesco –diríamos más: tan folletinesco- como Lope de Vega. Sin embargo, y pese a las dificultades, Micomicón resuelve el lance con mucha solvencia. Claro que hay una gran selección de contenidos, que los autores han preferido centrarse en las peripecias amorosas y familiares del Fénix, pero ello es suficiente y sobrado para plantear sobre el escenario todos los conflictos de la condición humana: lo que es el teatro. Lope, siempre esclavo de sus pasiones, de sus afectos, el ilustre poeta al arbitrio de los caprichos bobos del poderoso de turno, el genio que escribe cartas de amor por encargo, el hombre que se enfrenta tantas veces a la muerte y sólo la última es la suya.
El espectáculo combina el clasicismo formal con la ruptura total del esperpento. Los actores, magníficos. Su versatilidad sorprende. El mismo que nos hace reir, nos planta al borde de las lágrimas minutos después, siendo la muerte de Marta de Nevares el momento donde se alcanza mayor intensidad emocional. Estremece escuchar los versos de Lope aplicados a la vida real, lección de cómo la literatura no es papel, sino experiencia. El público de anoche en El Silo de Pozoblanco –magnífico lugar para el teatro- asistió conmovido a la representación y aplaudió complacido a su término.
Seis actores y un músico dieron vida a todos los personajes.
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