Pasó el carnaval y no dejó huella
Una mujer vestida de mujer es una mujer vestida de mujer. Un hombre vestido de mujer es, todavía hoy, carnaval. Es la mínima concesión a la subversión que apreciamos ya en este desfile de modelos que precede a la Cuaresma, otrora campo fértil de comportamientos grotescos y de esperpentos en el callejón y ahora, apenas, pasarela de lucimientos. El carnaval ha devenido en mera representación: gráficamente lo vemos en los espacios donde se escenifica, el teatro, y no en la calle, donde debería. Pasa por cada localidad sin heridas, no duele ni deja huella. Las autoridades lo subvencionan y lo apoyan con su presencia, cuando no están ellos mismos en el escenario, como si en la Pasión, en vez de saetas, se entonaran cantos satánicos. Lo llaman carnaval, pero es otra cosa.
Peter Font ha publicado una colección de fotografías sobre el Entierro de la Sardina en Pozoblanco en la que puede aún rastrearse vagamente el sutil aroma de cierta transgresión inteligente, aunque sea más intelectual que carnal. Nada que ver, desde luego, con la autenticidad fresca y aguardentosa de Belalcázar, pero se agradece.
Entierro de la sardina en Pozoblanco [Fotos: Peter Font].
2 comentarios :
Mientras no sigamos viendo a los municipales corriendo detras de las mascaras que se levantaban las faldas y se le veía un nabo colgando y detrás también de las murgas que criticaban y se divertían haciendo mofa de los sucesos recientes del pueblo, podemos decir que nos han robado el carnaval. Y nos lo han robado los mismos que antes mandaban a los municipales a perseguirnos por las esquinas siguiendo los deseos del cura párroco. Hoy el carnaval lo convoca la delegada o delegado de Cultura de un ayuntamiento, es decir, se le da el mismo tratamiento que a un espectáculo o concierto que viene al pueblo. Preferible que la Semana Santa le robe a don Carnal esos días de Cuaresma, que es otro carnaval, y que este desaparezca.
Esperpentos callejeros y comportamientos grotescos los hay, aunque, como en todo, hay que saber encontrarlos. De pasarela y de lucimiento tiene mucho, debido probablemente a su (temporal) auge. Aun faltos de originalidad, mofa o subversión -parafraseo- estos presumidos hilvanan una parte importante de la cultura taruga. Los habrá que quieran tachar el carnaval de obediente, palmero o poco crítico, pero no olvidemos que suponen ocho días al año y que, de criticar, habría que poner el acento en el inmovilismo de un pueblo adormecido los 12 meses. Ciudadanos mudos y conformistas cuya concepción de la democracia consiste en depositar un sobre en una caja de plástico cada cuatro años y que solucionan los abusos de poder con quejas de taberna y de domingo por la tarde. Aquí cada uno hace lo que puede, oiga.
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