Cementerios, gachas y bombillas de colores
Arco del antiguo convento de Nuestra Señora del Socorro en el interior del cementerio de Pedroche.
Esta mañana he estado en Radio Luna charlando en su programa con Juan Mohedano sobre los cementerios de Los Pedroches y las tradiciones de la comarca relativas a la fiesta de Todos los Santos. He destacado la necesidad que hay de comenzar a observar los cementerios como monumentos susceptibles de albergar valores artísticos y patrimoniales, tal como lo son las iglesias o ermitas. Así, me he referido al de Pedroche, construido en el solar del antiguo convento franciscano de Nuestra Señora del Socorro, fundado en 1510. De la importancia de esta institución en su época nos da cuenta el hecho de que la iglesia de este convento fue costeada por Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado el Gran Capitán. El monasterio se clausuró como consecuencia de las leyes de desamortización eclesiástica y exclaustración del siglo XIX y en 1847 comenzó el derribo de sus edificios y la subasta de sus materiales. Al año siguiente el solar se convirtió en el campo santo actual, que solo conserva de las antiguas estructuras un muro lateral de cerramiento, el arco de entrada al templo (con un escudo del Gran Capitán) y la cruz de la explanada.
Hemos comentado también que el actual cementerio de Villanueva de Córdoba (1906) es una "copia fiel" (en expresión de Juan Ocaña) del de Pozoblanco (1888), obra del arquitecto Rafael de Luque y Lubián, diferenciándose tan solo en el distinto tratamiento de la fachada: en el de Pozoblanco es de sillería de granito y en el de Villanueva de Córdoba de mampostería encalada.
Cementerio de Pozoblanco.
Cementerio de Villanueva de Córdoba.
La mayoría de los cementerios actuales de Los Pedroches se construyeron a finales del siglo XIX o en los primeros años del XX (por ejemplo, el de Dos Torres en 1896, el de Añora en 1903 y el de Torrecampo en 1904, estos dos últimos obra del arquitecto Adolfo Castiñeyra y Boloix) y ello no por casualidad. La edificación casi simultánea de todos ellos obedece a una legislación sobre la materia que acabará con el uso mantenido desde la Edad Media de enterrar en las iglesias. Las primeras disposiciones sobre la construcción de cementerios fuera de las poblaciones son de inspiración ilustrada y se concretaron en la Real Cédula dictada por Carlos III en 1787, aunque estas medidas tardarían aún muchos años en cumplirse y exigirían todavía la promulgación de nuevas leyes. En Añora el primer cementerio fuera de la iglesia se construyó en 1832, pero adosado a los muros del templo, en lo que hoy es la Plaza de España, recientemente urbanizada; en Pozoblanco se inauguró en 1808, muy próximo también a la parroquia, en unos terrenos lindantes al Hospital de Jesús Nazareno, y en Villanueva de Córdoba se abrió en 1813, construido junto a la desaparecida ermita de San Gregorio (en el solar que hoy ocupa la biblioteca y el teatro municipal). Todos estos cementerios se diseñaron de escasas dimensiones, de modo que en pocas décadas quedaron saturados y surgió la imperiosa obligación de practicar ampliaciones o de nuevas construcciones más adaptadas a las necesidades demográficas de la época.
En cuanto a las tradiciones, hemos hablado de la costumbre en muchos pueblos de juntarse por pandillas de familiares o amigos a comer gachas y con las sobrantes tapar luego las cerraduras de las puertas (con el objetivo, según nos explica la antropología cultural, de impedir que entren en las casas los malos espíritus). En algunas localidades, como Añora y Pozoblanco, esta costumbre se trasladó a otras fechas, al entender que la noche consagrada a los muertos no era la más adecuada para tal celebración festiva. También hemos recordado la singularidad del panecito noriego, que los niños se comían la mañana de Todos los Santos en el propio cementerio, y, en fin, nos hemos detenido en la tradición propia de Torrecampo de visitar el cementerio por la noche, en recuerdo del electricista que en los años cuarenta del sigo XX revistió con bombillas de colores la cruz de la tumba de su hijo, causando admiración en los vecinos de la localidad.
El "panecito" noriego.
Realmente, la fiesta de Todos los Santos y de los Difuntos no ha estado acompañada en nuestros pueblos de muchos rituales específicos, aparte de la limpieza y adorno de las sepulturas y de prácticas específicamente religiosas en recuerdo de los seres que han fallecido, por lo que resulta conveniente recordar estas pequeñas muestras de singularidad que forman parte de nuestra memoria individual y colectiva frente a la incursión irreparable de tradiciones foráneas que la desvirtúan.
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