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La tres celebraciones de Semana Santa más singulares de España




La procesión de las capas pardas de Bercianos de Aliste

La severidad austera de los atuendos de los cofrades, la letanía quejumbrosa del Miserere y del resto de cantos que no cesan de entonarse durante la celebración, el simbolismo fúnebre que acompaña al cortejo, la belleza del cuadro en su conjunto hacen de una sencilla ceremonia algo excepcional. Allí distinguimos todavía un componente sustancial de verdad que resulta muy difícil percibir ya en la mayoría de los ritos tradicionales de los pueblos. Al vivirlo, uno siente que, en lo fundamental, el ritual no se ha alterado apenas desde el siglo XV en que se constituyó la hermandad. Se advierte que los protocolos no se han adaptado para agradar al visitante, sino que obedecen a unas normas consuetudinarias que se han ido transmitiendo de padres a hijos durante generaciones con la rotundidad de quien enseña a leer o a fabricar queso. [Leer artículo completo]





Los "empalaos" de Valverde de La Vera

Cuando la noche alcanza cierta hora, la masa de turistas se retira y las calles del pueblo recuperan entonces una dignidad que impresiona. El tintineo de las vilortas, antes imperceptible, se convierte ahora en aviso inmaculado de una presencia que te retrotrae varios siglos en el tiempo y te sumerge en las tinieblas de la duda y la reflexión más que pudieran hacerlo cien levantás. Cuando en la oscuridad cerrada aparece presuroso el empalao flanqueado por la soledad de la noche, cuando se arrodilla frente a las estaciones del via crucis, cuando sientes su esfuerzo y su dolor, cuando caminas tras él y escuchas el rumor de sus pies desnudos y el pálpito de su corazón, entonces comprendes este acto íntimo de entrega y sacrificio personal que, aunque nunca podrías explicarlo con palabras, entiendes que obedece, este sí, al impulso profundo y sincero de la fe. [Leer artículo completo]





Los Picaos de San Vicente de la Sonsierra

El disciplinante desarrolla su flagelación aislado por el anacronismo de una decisión que no admite explicaciones racionales, las que exige angustiado el visitante, y se desliza por la pasarela del bullicio externo con la soledad interior del que tiene una misión que cumplir y la lleva a cabo, ajeno a cualquier entorno que distraiga y comprometido tan solo consigo mismo y su deseo de trascendencia. El dolor será siempre personal e intransferible, libre por tanto de recriminaciones morales, y no necesita de la aquiescencia del que observa y tal vez juzga, en su afán inútil por entender. Está un hombre desnudo frente a la inmensidad de su propio universo, que afronta un destino que no puede eludir y triunfa, y a su lado otro hombre desconcertado y ansioso, que solo quiere comprender y no puede. [Leer artículo completo]

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