Sorpresa en Los Luengos
Ermita de don Miguel en El Viso.
Siempre quedan rincones ocultos por conocer en nuestra tierra, tan llena de sorpresas. Hacía tiempo que quería visitar la ermita de don Miguel, en realidad un pequeño oratorio rural asociado a una vivienda agrícola que hace unos años había sido donado por sus propietarios al ayuntamiento de El Viso y restaurado con fondos europeos. Así que este pasado sábado, aprovechando una tarde de esas cenicientas en las que no apetece hacer nada, de pronto me arranqué, busqué la ruta en el móvil y me puse en carretera. Llevaba como guía un trazado de wikiloc no muy preciso, y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Llegó un momento en que me extravié por el dédalo de caminos que surcan la dehesa viseña y la alarma me embargó realmente cuando advertí que comenzaba a oscurecer y en mi coche se había encendido el piloto del combustible. El regreso frustrado, por veredas no aptas para turismos, tuvo la siempre insana emoción de la incertidumbre.
Por la noche le conté brevemente mi experiencia a Pedro y él, que se apunta a un bombardeo, organizó rápidamente una visita para la mañana siguiente de la mano experta de un anfitrión bien conocedor del terreno y siempre dispuesto a colaborar. Juan nos llevó por caminos más transitables, cruzando el Guadarramilla y el Cigüeñuela, por terrenos áridos y secos en este verano interminable, hasta el paraje de Los Lotes y Los Luengos, donde se ubica la tan buscada ermita. Allí nos aguardaba una sorpresa, en esta tierra nuestra tan dada a los contrastes.
Esta ermita, junto con una casa anexa en ruinas, dos cochiqueras, un corral de ovejas y la superficie de 3.867,14 metros cuadrados que las acoge, fue cedida por Santiago Moreno López y su familia en 2010 al Ayuntamiento de El Viso con el fin de recuperar los edificios e implantar allí una zona recreativa. La ermita y sus instalaciones anejas fueron construidas a comienzos del siglo XX como retiro de verano de su propietario, Miguel López, un sacerdote muy querido en el pueblo por su labor humanitaria durante la Guerra Civil y en los años posteriores.
La ermita, de sencilla factura, presenta una pequeña nave cubierta por bóveda de cañón y una fachada de aire neomudéjar (aunque con pináculos neogóticos y hasta un perfil de frontón partido, todo muy al gusto del eclecticismo historicista de la época de su construcción) rematada por un campanario y con un arco ojival de ladrillo en la puerta de acceso. Nada destacable desde el punto de vista histórico ni artístico.
Pero lo que realmente sorprende al llegar al lugar es la intervención arquitectónica de la que ha sido objeto todo el conjunto y que se debe a la autoría de Jorge García Cherino, arquitecto municipal que ya nos ha fascinado en El Viso con otras cuantas propuestas atrevidas, como el Museo del Auto de los Reyes Magos, la Residencia de Gravemente afectados y, aún en obras, la Residencia de Mayores. Jorge ha dotado a un espacio que estaba condenado a convertirse en un vulgar merendero para senderistas en un lugar singular que ofrece una propuesta artística muy extraña al terreno donde se ubica y, quizás por eso mismo, no suficientemente valorada todavía.
Tras la ermita, restaurada sin mucho entusiasmo, el arquitecto ha dispuesto una instalación formada por dos grandes muros de ciclópeos bloques de granito sin pulir que delimitan el espacio que antiguamente ocupó la vivienda principal. Los muros actúan como fondo y soporte de la ermita, por un lado, y de unas cuadras convertidas ahora en aseos, por otro. El espacio intermedio consigue transmitir una inquietante sensación de desolación y, a la vez, de opresión, a pesar de encontrarnos en una inmensa dehesa abierta. El contraste de esta propuesta tan arriesgada y novedosa con las tradicionales cochiqueras que descansan a pocos metros no puede ser más profundo.
Como suele ocurrir con estos planteamientos tan personales, la intervención contará con sus defensores y detractores, fomentando el siempre necesario debate en torno a la tradición y la vanguardia. No cabe duda de que los muros impactan en una primera visión: a pesar de que el granito que los compone sea un material inseparable al territorio, su presencia de forma tan abrumadora, no suficientemente domesticada, produce sensaciones diversas, plantea preguntas e inquieta, siendo todos ellos efectos consustanciales al arte. Misión cumplida.
Dos grandes muros de bloques de granito delimitan un espacio de ausencias.
Dos vistas de la ermita.
Vista frontal de uno de los muros.
Cochineras.
7 comentarios :
Esto es como Arco, la feria de arte contemporáneo. En ella un rollo de papel higiénico encima de un pedrusco admite un sesudo comentario, un poema y hasta un profundo tratado de interpretaciones. La realidad es que se trata de un rollo de papel higiénico y un pedrusco.La ermita de Don Miguel era un humilde templete abandonado, ahora es un anacronismo.
Ni jugar pueden los niños o las niñas a la pelota en ese frontón improvisado de granito pues se rompería. Templo azteca. Morada de los dioses donde se realizarán sacrificios y la sangre salpicará la piedra. Todo un conjunto monumental unido a las cochiqueras. La ermita desaparece engullida por las masas ciclópeas, lugar de los lagartos. Como experimento está muy bien.
Íntimamente no me desagrada.
Interesante, precioso, único, de premio "príncipe de Asturias" o "Bellota de los Pedroches" . Para qué luego digamos qué en nuestros queridos Pedroches no hay arte.
Yo, cómo no se espresarme en otras lenguas lo espreso en castellano: Manda huevos.
En mi pueblo hay un dicho: se ha quedao vajeando.
U otro dicho: Te has lucido Juan Lucio.
¿Frontón o pelota vasca?
Ni frontón ni pelota vasca. Más bien "rompepelotas", diría yo. No obstante innovar, lo que es innovar, innova. Yo no había visto un testero como este, que desafía temporales y vientos huracanados.
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