Carboneros en el valle de Alcudia
Acudí a la presentación de este libro porque su autora es la madre de una compañera de trabajo, pero, qué duda cabe, también seducido por su título y su previsible contenido, no exento de implicaciones familiares: Los carboneros en el valle de Alcudia. El valle de Alcudia guarda grandes semejanzas paisajísticas, culturales y económicas con Los Pedroches y su cualidad de colindante ha propiciado a lo largo de los siglos unos intercambios ganaderos y algunas comunidades de pastos que lo convierten en un territorio emocionalmente próximo a nosotros, aunque a veces pareciera que Puerto Mochuelo se eleve como una frontera infranqueable que en las últimas décadas nos ha separado más allá de lo que una historia común permite entender. Por mi parte, hace treinta años que cruzo en ambas direcciones sus campos yermos (y, sin embargo, tan llenos de vida) en ese continuo peregrinaje sisífico al que los dioses un día me condenaron, ellos sabrán por qué.Salvadora Moreno Castañeda (Cabezarrubias del Puerto, 1949) ha reunido en este libro el testimonio de varias generaciones de lugareños para conformar un mosaico de vivencias que tiene, como misión fundamental, rescatar del olvido unas formas de vida y de trabajo felizmente superadas. Es, básicamente, un libro para la memoria, para rescatar lo que ocurrió y darlo a conocer a quienes no lo vivieron. Pero también, y estimo que ahí residirá el grueso de sus lectores, para entregarlo como homenaje a los protagonistas de todas esas historias, que verán de este modo reconocido, aun desde el anonimato, tantos años de esforzada labor en unos campos miserables a los que había que extraer un mínimo de provecho que alimentara la supervivencia.
El libro contiene muchas referencias a Los Pedroches. De contenido parcialmente autobiográfico, se cuenta en él la estancia de la familia de la autora en Azuel y el cortijo de Los Palancares durante los años cincuenta del siglo pasado. Ahí se habla de familias que habitaban la aldea de la época, la vida en la escuela de doña Braulia, los juegos infantiles y la tienda de la Melenda, donde la niña compraba chocolate de Hipólito Cabrera. Salvadora revive cómo eran las bodas en esta localidad tan apartada, las fiestas y hasta la oración para sanar la culebrilla. El cortijo de los Palancares, a nueve kilómetros de Azuel en dirección a Conquista, le sirve a la autora para rememorar la existencia del ferrocarril de vía estrecha, la fauna humana que lo habitaba (los cortijeros con las cestas de mimbre, el soldado con la maleta de madera, la vendedora ambulante de agua fresca en botijo a real el trago...). Y, en medio de todo, la trágica historia de Pedro Rísquez y el destino de Ana Muñoz, su novia, que ahogó la tristeza en el convento de la Orden de Obreras del Sagrado Corazón de Jesús en Villanueva de Córdoba.
Los carboneros del valle de Alcudia no habla solo de carboneros, aunque ellos sean la guía que dirige la obra. Se describe su laborioso trabajo, sí, las penurias de la profesión, los aperos, las fases del ritual que requería un conocimiento exacto del procedimiento para evitar accidentes fatales. Pero el libro es, sobre todo, un fresco del mundo rural de la época, con personajes reales, con sus nombres y apellidos y su genealogía. Hay cientos de anécdotas, pequeñas historias insignificantes que, sin embargo, cobran la relevancia de contribuir a conformar el relato del día a día y reconstruir con brío el rompecabezas de la vida en aquellos años. Salvadora ha recabado multitud de testimonios, quizás baladíes de forma aislada, pero que todos juntos constituyen una potente estructura capaz de hacernos revivir lo que parecía imposible que se pudiera recuperar. Porque las enseñanzas que recupera la autora no están ya en los libros, ni en los legajos documentales de los archivos públicos o privados, sino en la memoria de las gentes que vivieron aquellos tiempos y aquellas formas de existencia tan esforzadas, testimonios y vivencias que desaparecerán, si es que no lo han hecho ya, en cuanto desaparezcan las pocas personas supervivientes que los protagonizaron. Y entonces solo nos quedará el trabajo recopilatorio de libros como el de Salvadora, documentos preciosos de un tiempo que, siendo tan reciente, pertenece ya a otro mundo.
Los Pedroches, digo, están muy presentes en este libro, y no solo porque de aquí eran algunos de los carboneros a los que se alude (de Hinojosa del Duque y de Belalcázar), sino porque también se cuentan historias admirables de otros paisanos, como el semanero Dionisio Manso, que cada semana llegaba desde Pozoblanco con una bicicleta cargada de pucheros de porcelana y apuntaba en una libretilla las ventas, que no cobraría hasta la próxima visita; o el niño deforme de Pedroche, cuyo cadáver transportaron sus padres en las aguaderas del burro y el susto del cartero cuando lo vio depositado sobre la mesa del comedor. Hay chascarrillos intemporales, como la justificación del apodo "Burra Blanca" (porque solo llevaba de ajuar una burra blanca cuando se casó), o el parto triple de La Paca (que en tres partos tuvo siete hijos), cuyo marido, Otilio Tirado, solo abandonó el trabajo de trilla en la era cuando le trajeron noticia del tercer nacimiento en poco rato ("porque si no La Paca no deja hoy de parir muchachos"), o la peripecia del "tío de las barbas", que en el paso a San Benito por el Peñón del Peripollo cobraba su peaje al caminante en forma de sardinas de cuba.
Los carboneros del valle de Alcudia, que ha sido reeditado por Ediciones Puertollano, se enriquece con la colección de fotografías de la época realizadas por el fotógrafo valenciano Ramón Ferrando Plá, que llegó como carbonero y se llevó a su tierra un testimonio gráfico impagable.
Carboneros en el valle de Alcudia. Foto de Ramón Ferrando Plá.
2 comentarios :
¿Y donde se puede comprar este libro?
Se puede solicitar a la editorial en edicionespuertollano@gmail.com
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