Sholombra
He terminado de leer Sholombra, el primer volumen de la recién publicada trilogía de Juan Bosco Castilla. Al cerrar la última página, uno se asombra de la capacidad de fabulación del autor, capaz de crear las historias de personajes tan fascinantes. Pero, sobre todo, capaz de crear un ambiente, una ciudad entera, una sociedad que la habita, un país, un mundo. No es solo que uno pierda la noción del tiempo adentrándose en el abismo administrativo de la kafkiana plaza de la Ciudad y se abandone en los laberintos borgianos del archivo público que a la postre, y como debe, será pasto de las llamas, en una megalópolis donde se construyen puentes sin cesar mientras nadie recoge los cadáveres de los accidentados en la autopista. No es solo que deslumbre ese buceo a través de capítulos interminables tras personajes carentes de moral que se mueven leyendo almas. Lo más alarmante resulta ser lo reconocible de esa ucronía que se nos ofrece como ficticia, en la que uno cree vivir, no habiendo existido. Y peor aún: la revolución que se gesta en ella, tan reconocible, no parece presagiar un mundo mejor.
Me quedan por delante dos volúmenes, que asustan pero atraen. Seduce su promesa, que exige la demora de un juicio crítico ajustado hasta su completa lectura. Si es que un juicio fuera necesario en tiempos donde la Verdad ya no es obligatoria.
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