Una historia de amor frívola y desacomplejada
José Manuel Blanco (Torrecampo, 1989), especialista en literatura LGTBI, ha tenido la osadía de enfrentarse a un tema todavía tabú en el mundo rural. Luego, quizás para atemperar el atrevimiento, decidió convertir su narración en una comedia urbana, aunque se desarrolle en el ambiente de un pueblo cordobés que tiene una torre y está en el campo. Pero la intención es lo que cuenta: aunque los personajes de Pueblo chico, infierno grande (Amazon) sean más de Almodóvar que de Fassbinder y en su historia haya más humor y romance que realismo social o reivindicación identitaria, sin embargo el mero planteamiento de una panda de gays interactuando en un rústico ambiente agrario supone tal contribución a la normalización igualitaria que merece ser claramente reconocida, independientemente de los valores intrínsecos que la novela pueda luego albergar desde el punto de vista literario.
La novela parte de un doble planteamiento: un misterio que hay que resolver (el destinatario de una herencia) y una historia amorosa entre personajes homosexuales. El autor se decanta claramente por la segunda trama, dejando un lugar casi irrelevante a la primera, que podría haber dado, sin embargo, mucho juego de intriga y suspense. La historia de amor que centra el relato se normaliza hasta casi hacerla estallar. No solo porque el personaje protagonista vaya a reencontrarse en un pueblo remoto de la Andalucía interior con un antiguo amor, sino que este, además, sea el alcalde ("el soltero gay de oro de la comarca") que vive en un loft propio de un ático de la Gran Vía y lleve una vida convencional mezclando la burocracia de la alcaldía con la mierda de vaca de su explotación ganadera y las eurovisivas fiestas nudistas en el patio de su casa. La vida de pueblo apenas está presente en la obra y tampoco aparece la denuncia reivindicativa sobre la opresión de la homosexualidad en el mundo rural, aunque el título de la novela parecía apuntar en esa dirección.
Pues lo que el autor ha querido contarnos es una historia de amor frívola y desacomplejada. Pueblo chico, infierno grande es una comedia muy divertida, que se lee con agrado y provoca no pocas risas. Destaca la viveza de los diálogos y el perfil de algunos personajes secundarios, bien definidos en pocos trazos. El contraste de usos y costumbres entre los ejecutivos de la capital y los lugareños provoca ciertas situaciones hilarantes que se decantan a favor de la vida en el pueblo, la que finalmente triunfa en la trama. Que los enamorados se llamen Beltrán y Jacobo, o Sebas y Diego, no es un detalle menor, pero tampoco se subraya en exceso. La naturalidad resulta a veces una forma eficaz de pequeña revolución, de propiciar suavemente el cambio en la forma de enfrentarse a ciertos prejuicios que aún perduran. Algún día, quizás, la novela de José Manuel Blanco se imponga como lectura obligatoria para los alumnos de ESO en los institutos de Los Pedroches. Pero todavía no.
9 comentarios :
Gracias por ofrecernos la sinopsis y su opinión.
Hombre Antonio, que en los Pedroches somos por lo general gente muy abierta y respetuosa con cualquier aptitud o comportamiento social o político y no nos extrañamos de nada y lo aceptamos todo. Siempre hay cuatro retrógrados como los que quitan las piedras de Torrecampo, pero no más que en cualquier otra comunidad.
La sociedad de Los Pedroches es tan retrógrada e intolerante en el tema LGTB como todas las demás sociedades rurales y sus pueblos tanto como todos los demás pueblos.
La intolerancia nada tiene que ver por tu lugar de residencia, tiene más que ver con la educación recibida. En el tema LGTB y en todos.
Buenos días. Los Pedroches es LGTBI, pues la bandera ondea en sus balcones. Pero no es la vexilología lo que nos interesa, sino su significado. Hasta en Pozoblanco han lanzado campaña estos días por el colectivo.
Compartimos la idea al 100%,pero entre la sociedad rural y la urbana con sus pros y sus contras,hay diferencias.
Querido amigo anónimo, pues claro que hay diferencias entre la sociedad rural y urbana, es evidente. Pero esas diferencias son menores que las que existen entre un rico y un pobre rural o urbano. El ayuntamiento de Madrid se niega a colocar la bandera arco iris en su ayuntamiento mientras que esta misma bandera ondea en cientos de ayuntamientos rurales de ideología progresista.
El ejemplo me deja ojiplático.
¡Menos mal que es otro amigo anónimo "el de las mezclas"!
El verdadero progreso quizá se dé el utópico dia en el que se diera más importancia y respeto a las personas que a las banderas.
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