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Como se acostumbra a los niegos a la caza

Hoy traigo sólo heridas
y vacía mi boca de presentes.
Ninguna flor, ni un beso. Entre mis garras
ni siquiera una uva
la muerte me ha cedido de su reino.
Te juro que volé
tan veloz que mi sombra arrastraba a la suya
en un río de brasas donde eran las rocas
como velas de oro atropelladas.
Pero he sucumbido en la pelea.
Fui débil un segundo, y contra tu mandato,
la miré a los ojos y era triste,
y me cegó su lluvia que caía
como pétalos blancos de un almendro.
Fue más fuerte que yo,
pues supo liberarse con mi duda.
Y ahora vuelvo teñida de su sangre
con un terrón de azúcar en las alas:
Su frágil corazón estremecido
que ante tí deposito, para que tú decidas
si la piedad merezco o tu castigo.

Juana Castro, Arte de Cetrería, 1989.

[Reproducido sin permiso de la autora, pero con toda mi admiración]

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