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Cerro del Cuerno/2

Conocí a Esteban Márquez Triguero cuando yo era apenas un jovenzuelo que comenzaba a interesarse por aquello que entonces llamábamos “el Valle”. Le precedían leyendas sobre un pasado fabuloso, en el que también tenía su cobijo el misterio, o quizás eran sólo habladurías sin fundamento.
Su museo me pareció siempre un almacén lleno de tesoros por descubrir, cuidado con mimo y abierto a las propuestas más heterodoxas. Dueño de una personalidad arrolladora, él mismo era un personaje ajeno a toda ortodoxia, incapaz de la mesura en sus valoraciones. Su campo de intereses y de inquietudes era muy variado, podemos decir que todo despertaba su curiosidad. En alguna ocasión le ví furtivamente observando los cortes geológicos de un talud de carretera, maquinando alguna teoría extravagante que el propondría con la seriedad del que se sabe sabio en esas materias. Con frecuencia no he estado de acuerdo con sus propuestas investigadoras y estimo que algunas de sus publicaciones carecen de rigor científico. Y, sin embargo, sus libros son ya de imprescindible consulta para estudiar la historia y la cultura de nuestra comarca.
Pues, ante todo, Esteban fue un enamorado supremo de Los Pedroches. Nadie podrá negar esto. A pocas personas he visto nunca tan apasionadas con su tierra, defendiéndola sobre cualquier extremo, exaltando sus valores y sus méritos en un exceso de ponderación que a veces le llevaba a la exageración. Recuerdo una comida de cronistas en la que con su voz tronante expuso con toda seriedad la certeza de que canteros de Los Pedroches habían trabajado en la construcción de las pirámides de Egipto.
Para él Los Pedroches fueron su pasión. Aquí aplicó su vida al rescate de nuestro pasado, en medio muchas veces de la incomprensión general, que veía en él a una persona rara y extravagante. Erudito en un ambiente poco dado a la cultura, levantó literalmente con sus manos el Museo Posada del Moro, reflejo fiel de su espíritu inquieto, ambicioso y heterogéneo. Ahora se ha ido con un silencio que él no hubiera querido, y los que le conocimos, aún incrédulos, sentimos que con él se va parte del alma de Los Pedroches a los que tanto amó, y que los que aquí permanecemos nos quedamos desconcertados y un poco más solos, más tristes.

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