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Aunque últimamente he perdido algún interés, llevo años coleccionando libros dedicados y firmados por sus autores. Poseo unos cuarenta, entre los que se encuentran obras de escritores a los que admiro por su valentía personal (como Fernando Savater) o literaria (como Javier Marías o Antonio Muñoz Molina). Por lo inaccesible de los personajes, me siento orgulloso de las dedicatorias de Mario Vargas Llosa, José Saramago, Carlos Fuentes, Mario Benedetti o Alfredo Bryce Echenique, aunque quizás la más querida para mí sea la que Umberto Eco estampó en mi ejemplar de El péndulo de Foucault (recuerdo que me desplacé expresamente para conseguirla a Almagro, donde el italiano participaba en un congreso). Aun así, resulta evidente que las más valiosas (desde un punto de vista histórico y emocional) son las dedicatorias de autores que ya nos han abandonado, de los cuales será imposible conseguir nunca más una palabra escrita: ahí tengo las de Buero Vallejo, Torrente Ballester, Carmen Martín Gaite o Julio Caro Baroja. Y desde hace unos días, también la de Manuel Vázquez Montalbán, a quien hoy se enterrará en Barcelona. Se trata de un autor al que siempre he admirado, más que por su obra literaria, por su coherencia personal y por su clarividencia ideológica, rasgos tan raros en los tiempos que corren. Quede aquí, como personal homenaje y agradecido recuerdo, la breve dedicatoria que me regaló hace unos años en la Feria del Libro de Madrid.



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