Fin de semana con eclipse
Éste ha sido un fin de semana intenso en Añora, en lo cultural y en lo festivo. En lo cultural, el viernes por la noche se celebró en la Casa de la Cultura un coloquio sobre la memoria y el mundo rural en el que participaron los escritores leoneses Julio Llamazares y Luis Mateo Díez. A decir del público asistente, resultó muy interesante escuchar la opinión de estos dos autores sobre la desaparición de los modos de vida auténticamente rurales, homogeneizados ahora con los urbanos gracias, fundamentalmente, a los avances tecnológicos y a los medios de comunicación. Se habló de la imposición de las nuevas costumbres del imperio, y a propósito de ello un amigo me contó luego, con comprensible indignación, que la pasada noche de Todos los Santos unos niños llegaron a su puerta pidiendo caramelos (¿dirían "trato o truco", como en las películas?). Ello ocurre mientras, por ejemplo, ya nadie sale a cantar villancicos la Nochebuena. En lo literario, en fin, parece que hubo acuerdo en que no existe una "poesía rural", sino una buena o mala poesía.El sábado por la tarde se clausuró el IX Curso sobre prehistoria de la provincia de Córdoba, organizado por la UCO, que en esta ocasión ha estado dedicado a Añora. Sorprende esta dedicación, pues los estudios sobre prehistoria en este pueblo, como en general, en toda la comarca -ayuna como está de excavaciones arqueológicas-, son mínimos, y me temo que el curso habrá colaborado poco a descubrir algo nuevo. Baste reseñar que la conferencia de clausura versó sobre la formación del museo arqueológico municipal de... ¡Doña Mencía!. Un responsable del Centro de Iniciativas Turísticas de Los Pedroches animó después a los asistentes a poner en valor sus cortijos para ofertarlos como alternativas de turismo rural. Como lo oyen.
El sábado se celebraba también la festividad de San Martín, patrón de Añora (aunque su fecha exacta es el 11 de noviembre). Ya de noche se trasladó al santo desde la ermita de la Virgen de la Peña a la parroquia. La procesión resultó ser todo un encanto: entre la relativamente poca gente que asistía, la oscuridad de las calles y los sones con mejor intención que resultados de la banda local, parecíamos haber dado un salto en el tiempo y en el espacio y habernos trasladado a cuando los usos rurales todavía eran distintos, muy distintos, de los urbanos. Era curioso, pero a pesar de las sensaciones encontradas, todo se manifestaba auténtico y veraz.
Más tarde, fieles a la tradición, el grupo de amigos nos reunimos en la casa de uno para festejar el día. Bebimos buen vino manchego y comimos hasta que la necesidad se transformó en gula. Pero, ¿cómo rechazar la empanada de Mari Carmen, la tortilla de berenjenas de Isabel y la de patatas de Cati, los langostinos de Antoñita, las carrilladas a la brasa de Lourdes, la carne de membrillo de Mari, el flan de Teo o los bombones helados de María José? Era necesario probarlo todo. Por la calle, los chiquillos se entretenían echando serrín y papeles minuciosamente picados en las puertas de las casas. Antes la costumbre era tapar con gachas las cerraduras de las puertas, lo que provocaba más de un enfado a la mañana siguiente.
Y como colofón a tan magnífica velada, hubo eclipse de luna. Una noche espectacularmente despejada (a pesar de las nubes iniciales) nos permitió contemplar como nunca habiamos hecho el desplazamiento de la sombra terrestre sobre la superficie lunar. Hubo también dos estrellas fugaces. Qué misterios los del universo.
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