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Cerro del Cuerno/4
En el centenario del proyecto de su construcción, un paseo por el cementerio de Añora se convierte en un recorrido por un escenario de ausencias y de recuerdos. Su campo aparece salpicado de cruces que señalan antiguas tumbas ya perdidas en la memoria de los vivos. En algunas de ellas hay pequeñas placas de chapa con nombres que ya no pueden leerse, recordatorios que nada recuerdan, fechas vencidas por el tiempo. Están desordenadas y han perdido su línea de horizonte, pero persisten en marcar los últimos vestigios de ese tozudo deseo tan humano de no perecer del todo. ¿Quién yacerá bajo esta crucecilla en cuya ingenua chapa de medialuna alguien grabó con letras de molde sólo esta frase: "Recuerdo de tus nietos"? ¿Qué terrible historia de hijos muertos antes que sus padres se ocultará en ella?.
Tantos nombres, tantas vidas y tantas historias. Las más inquietantes son aquellas que la gente ya ha olvidado, pero que una palabra grabada en la piedra colabora involuntariamente a despertar. En este catálogo de soledades que son las inscripciones lapidarias, qué pensar de los últimos momentos de la vida de un hombre de 79 años que se cerró con una dedicatoria tan escueta como ésta: "Recuerdo de tu cuñada Isabel". Cómo no sentir la terrible aflicción de unos padres anónimos cuyo hijo "voló al cielo" en 1927 a los quince días de nacer. Quién no se turbará ante una sepultura de 1951 que, al modo en que se dirigían a los viandantes las estelas funerarias romanas que flanqueaban los caminos, invita al cortejo de la muerte con este sortilegio: "Besa esta tumba". Ahí quedan también los duelos de aquellos a quienes sus familiares obligaron a testimoniar eternamente el rencor: "Asesinado por las hordas marxistas", dice una lápida que ya se deshace. Otra más reluciente añade la prueba definitiva de tanta soledad: "Recuerdo de sus resobrinos". Y lo que más desconsuela tras el descubrimiento temprano de tantas promesas de recuerdo eterno incumplidas será sin duda la nuestra propia, la que sellará nuestra memoria y manifestará a los demás la flaqueza de la condición humana.
Según te acercas al final, la angustia crece. Se trata ahora de nombres conocidos, de personas con las que has compartido un tiempo de existencia y cuya presencia en las tumbas se convierte en la prueba irrefutable del parejo destino que nos aguarda. Según llegas al final, la historia del cementerio comienza a ser tu historia, aquellos muertos son ya parte de tu vida. Ahí, al final del cementerio, junto a una inscripción que tiene un nombre con tu apellido, está el dolor necesario de la evidencia, el dolor de haber sentido el vuelo oscuro tan cercano, el dolor de por fin saber que el tiempo está llegando.

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