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El juez de Belalcázar

El cronista Abuabdala Mohámed ben Hárit El Joxaní escribió en el siglo X, probablemente por sugerencia del califa Alháquem II, una Historia de los jueces de Córdoba. Entre otros, se cuenta la vida del juez Saíd ben Soleiman El Gafequí, natural de Gafiq, la actual Belalcázar, que entonces formaba parte de la llamada Cora de Fash al-Ballut (LLano de las bellotas, como se conoció a la comarca de Los Pedroches durante la dominación musulmana). Reproduzco aquí, en adaptación propia, un fragmento en el que se cuenta el trato que dispensaron al recién nombrado juez los curiales cordobeses, envidiosos quizás de que un hombre de baja condición hubiese alcanzado tan alto puesto en la corte.

Abujálid Saíd ben Soleiman ben Habib era originario de la ciudad de Gafiq. Había sido juez en Mérida y en otras partes antes de ocupar el cargo de juez de Córdoba; luego el monarca Abderrahman II le nombró juez de la aljama de Córdoba (...). A Saíd ben Soleiman le nombró juez de la aljama de Córdoba Abderrahman II; y fue juez hasta que murió Abderrahman II; luego, Mohámed I le confirmó en el cargo; y lo ejerció cerca de dos años; al fin, murió en Córdoba siendo juez, no cesante. No he oído decir la fecha en que fue nombrado, pero sin duda alguna debió de ser después del año 234 (...).

Cuando el monarca Abderrahman II quiso nombrar a Saíd juez de Córdoba, le envió un emisario, el cual encontró a Saíd arando con su yunta de bueyes en el cortijo que poseía en el Llano de las Bellotas. El emisario le dijo:
-Ponte a caballo inmediatamente para ir a Córdoba, porque el monarca tiene el propósito de nombrarte juez.
-Déjame ir antes a mi casa -le contestó Saíd- a preparar lo que sea preciso.
-Estate tú aquí conmigo -le dijo el emisario no queriendo dejarle marchar- y envía a alguien que vaya a tu casa por la caballería que hayas de montar y las provisiones que necesites.
Así se hizo; y cuando llegó a Córdoba, el soberano le nombró juez.

Iba a la mezquita, donde tenía la curia, vistiendo una chupa blanca, llevando en la cabeza un alto bonete de forma cónica, también blanco, y una capa blanca de la misma clase. Cuando los curiales le vieron con aquella vestimenta les pareció, a primera vista, un hombre despreciable y hasta se atrevieron, en un rato en que él no estaba en la mezquita, a traer una espuerta llena de cortezas de bellotas y ponerlas debajo de la estera sobre la que había de colocarse el juez para rezar. Al venir éste, después de realizada esta fechoría y ponerse encima de la estera, sintió que allí debajo había una cosa que se resquebrajaba y, cuando acabó de rezar, levantó la estera y vio las cortezas de bellotas. Alguien le dijo que unos curiales habían hecho aquello, y el juez, persuadido de que efectivamente así habría sido, al presentársele aquéllos, les dijo:
-Oh asamblea de curiales, vosotros me echáis en cara el que yo sea del Llano de las Bellotas; os prometo que he de ser, pardiez, tan duro como la madera de encina, que no se resquebraja.
Luego, tras estas palabras, les juró que ellos no ejercerían el oficio de abogado ni procurador en su curia durante un año. Eso hizo que estuviesen a punto de arruinarse, quedando pobres.

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