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Cerro del Cuerno/22

La reciente presentación de un libro de Laura López en torno a la figura del militar republicano Joaquín Pérez Salas y la batalla de Pozoblanco ha traído de nuevo a nuestros foros comarcales el debate sobre república y monarquía. En pocas palabras, comparto el parecer de aquellos que, como recientemente Javier Cercas en El País, opinan que con frecuencia los razonamientos de los republicanos no hacen más que volvernos monárquicos a los que nunca nos hemos sentido tales. Conste que valoro el empuje ideológico de quienes propugnan la superación de un régimen que puede observarse anacrónico y no acorde con los ideales de igualdad inherentes a toda democracia. Pero, por más que insisto a mis amigos republicanos, no logran decirme otra diferencia con respecto al actual sistema que no sea la sustitución del monarca por un presidente electo. Y, la verdad, siendo esto importante desde el punto de vista simbólico, no le encuentro las suficientes ventajas desde el punto de vista práctico como para basar en ello toda una propuesta de revolución política contra un modelo que se ha demostrado eficaz. Estimo que quienes lucharon y murieron en nuestro país en defensa de los ideales republicanos en los dos siglos pasados lo hicieron para proteger un sistema político que se oponía a la monarquía en cuanto que ésta representaba el absolutismo, la represión y la tiranía y en defensa de un sistema de libertades y justicia. Hoy, sin embargo, esta oposición carece de sentido en un análisis político riguroso: el enfrentamiento que hubo antaño entre monarquía y república equivale al actual entre dictadura y democracia, independientemente del régimen político que cobije a cada una de ellas. Francamente, no creo que haya mucha diferencia entre los sistemas políticos de Francia y Gran Bretaña, ni que en Italia haya más libertad que en Noruega, por poner unos ejemplos aleatorios de nuestro entorno político más cercano, en los cuales la legitimidad de sus monarquías viene avalada no por el poder divino de antaño sino por la gracia de sus respectivas constituciones.

Hay en los veteranos republicanos una nostalgia de juventud luchadora en pro de unos ideales políticos impresionantes, que aspiraban al único sistema de gobierno que parecía entonces poder hacerlos posibles. Hoy nuestra democracia, por más que se apellide monárquica y a pesar de sus imperfecciones, cumpliría con creces las aspiraciones de los más redomados antimonárquicos de la época y es posible que muchos de ellos animaran ahora a perseverar en otro debate que se antoja más urgente y necesario.

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