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Cerro del Cuerno/25

La polémica mantenida durante este verano por varios intelectuales sobre la excepción cultural y el trato preferencial que el Estado debería conceder a los artistas y creadores trajo como de pasada una crítica a la formación de monopolios en el mundo de la información que, de alguna manera, veo reflejada también en nuestra comarca. En resumen, Vargas Llosa, que inició el debate, defiende que la cultura libre y crítica, la que trastorna la historia, es imposible en una sociedad donde la vida artística y literaria (y, añadiría para lo que ahora nos interesa, informativa), está apoyada en un sistema de ayudas estatales “que se vuelven rápida e insensiblemente rentas, privilegios, concesiones, que crean una situación de dependencia del patrocinado hacia el patrocinador”. Surge así el concepto de cultura adormidera para referirse a la que, pendiente de la subvención, se olvida de ser libre.

Observo que la mayoría de los medios de comunicación comarcales (periódicos, boletines, revistas, emisoras de radio y de televisión) están principalmente mantenidos con fondos públicos, ya sea de ayuntamientos, mancomunidad, diputación o consejerías varias, lo que trae consigo que a veces parezcan meros instrumentos propagandísticos de tales instituciones, ajenos a toda crítica política o visión imparcial de la realidad, donde raramente tiene cabida una voz discrepante sobre la gestión de los responsables públicos que ponga de relieve sus desaciertos u omisiones. A nuestros gestores con frecuencia les salen gratis muchas tropelías, muchos comportamientos incompetentes y chapuceros, y ello es debido en buena parte a su nulo reflejo en los medios de comunicación. Su difusión haría probablemente que se corrigieran en parte, pues no hay nada que tema más el político que la exposición pública de su ineptitud. Responsables de este estado somos todos un poco. Los periodistas, por no atreverse a más, demasiado atados por su dependencia económica de esas mismas instituciones que deberían investigar o persuadidos quizás de la mayor comodidad de un comportamiento amistoso con el político. Los propios políticos, siempre confiados en que las cosas irán mejor cuanto menos se sepa de ellas y dispuestos a la generosidad sólo con líneas editoriales favorables. Y la gente de la calle, muchas veces ajena a los problemas más cercanos e incapaz de exigir como derecho fundamental una información veraz sobre los asuntos que le conciernen. Así llegaríamos a lo que, parafraseando a Vargas Llosa, llamaríamos información adormidera: la que, debilitada por el subsidio oficial, pierde pugnacidad, audacia, independencia, libertad.

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