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Amén

Cerro del Cuerno/27

Debo confesar que la imagen más impactante de todo este verano en la comarca me ha resultado la del párroco de Villanueva de Córdoba bendiciendo a golpe de hisopo decimonónico las nuevas instalaciones del Eroski Center. Me ha parecido una estampa tan anacrónica, tan de otro tiempo, que no tuve al pronto más remedio que dar la razón a Juan Benet cuando dice que en muchos aspectos Los Pedroches no han salido todavía del siglo XVII. Luego comprendí que en todos sitios cuecen habas y que este verano que ya termina ha sido pródigo en manifestaciones eclesiales extemporáneas. Me consta que también ha ocurrido en algunas parroquias de nuestros pueblos, donde, aprovechando las celebraciones litúrgicas vinculadas a las fiestas patronales, se han hecho desde los púlpitos admoniciones sobre temas de moral sexual y social, pero la estrella fue una carta al director de un ensotanado cura campiñés que, siguiendo la estela reciente de sus superiores jerárquicos y con todo desprecio a cualquier espíritu evangélico, escribe en un diario provincial sobre el matrimonio de gays y lesbianas (imaginen con qué delirantes argumentos), reduciendo la homosexualidad estrictamente a “defectos genéticos” o puro “vicio” y negando la legitimidad del parlamento democrático de nuestro país para modificar la legislación en ésta y otras materias en las que la Iglesia cree tener la razón por encima de toda discusión.

Desde luego, nada que objetar a las soflamas que la Iglesia quiera dirigir a sus acólitos. Lo que resulta intolerable es que una institución, sufragada generosamente con presupuestos del Estado, se atreva a enfrentarse a él en nombre de la moral, a discutirle su legitimidad para legislar como crea conveniente y para efectuar en el derecho los cambios que considere oportunos en función del progreso de las sociedades y de los cambios de mentalidad que en ellas se operan al tiempo que se hacen más abiertas y tolerantes. Habrá que recordar otra vez que la moral no es sino una creación humana y, por tanto, sujeta a cambios y vaivenes en función de las coyunturas de la historia. La sociedad sin religiones supone un estado superior de evolución histórica y los gobiernos que caminan en esa dirección deben evitar todo tipo de injerencias interesadas en su labor legislativa por parte de unas jerarquías ancladas en el pasado que se resisten a perder privilegios. Pero no sólo los gobiernos. Los ciudadanos que defendemos un estado laico debemos responder también en la medida de nuestras posibilidades a estas agresiones a la sociedad civil, para que no dé la impresión de que, ante la palabra interesada de la Iglesia, nuestra única respuesta es Amén.

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