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Un disparo de nieve

Compréndelo. Venía Silvio después de cinco años de ausencia y había que estar allí, dejarlo todo y acudir a esta cita con los ángeles. Así que allí nos vimos, en la Fiesta del PCE. Qué puedo decirte: demasiada gente. A decir de los diarios cubanos, los únicos que realmente se hacen eco de tal acontecimiento, unas 30.000 personas. No sé si serán tantas, pero yo no recuerdo haber estado nunca entre tal inmensidad humana. Del concierto en sí (nunca de las canciones), quizás porque cinco años de sed habían creado excesivas expectativas y porque la barahúnda a veces se hace insoportable, salí un tanto defraudado. No sé por qué Silvio se empeña en mostrarse antipático, en imponer de mala manera lo que un público entregado está dispuesto a recibir de cualquier modo. La rigidez que quiso imprimir a su actuación, cantando de principio a fin, y en el mismo orden en que aparecen en el disco, todas las canciones de su Cita con ángeles, resta encanto a un acontecimiento que se basa en buena parte en la sorpresa que cada uno espera descubrir cuando suenan los primero acordes de la siguiente canción y averiguamos cuál es. Cantar con él de principio a fin Te doy una canción, Sólo el amor, Playa Girón o Sueño con serpientes es un placer que parece que a Silvio le molesta, cuando los momentos más mágicos de la noche fueron aquellos en los que sobre el cielo de la Casa de Campo sonaba el susurro de las treinta mil voces entonando “ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve, ojalá por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre...”. Y luego, no nos importa gozar también con Sinuhé o Verónica del mar. Por otro lado, hay viejos ideales, un día llamados revolucionarios, que cada vez resultan más difíciles de mantener: Silvio dedicó el concierto a los cinco cubanos presos por ideas políticas en las cárceles de Estados Unidos, pero no dijo nada de los cubanos presos por ideas políticas en la cárceles de Cuba. Así, cuando suenan los primeros versos de la Pequeña serenata diurna (“Vivo en un país libre, cual solamente puede ser libre...”), a uno, si piensa, se le encoge el corazón. Con todas sus contradicciones, no obstante, yo me rindo ante el músico, ante el poeta, ante el trovador. Hay amores sobre los que la razón no manda. Cuando venga otra vez, allí estaré, dondequiera que sea.

Aprovechando el viaje, acudimos también al concierto de Víctor y Ana, con los cuales uno siempre duda de que tanta perfección sea posible. Con un sentido del espectáculo envidiable, consiguieron, una vez más, ponernos la carne de gallina, ella con los Peces de ciudad y él, sorprendentemente y tantos años después, con La planta catorce.

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