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Auschwitz

Cerro del Cuerno/26

Ahora no estoy seguro de haber visto lo que creo haber visto. Cientos de fotografías colgadas en los pasillos de los bloques seis y siete ponen rostro y nombre individual a la tragedia colectiva de más de un millón de muertos en este lugar; montañas de cabellos humanos, de maletas con una dirección inservible, de escudillas y brochas de afeitar, de piernas ortopédicas (las “cosas” que, según Borges, nos sobreviven sin saberlo); latas vacías de gas Zyklon B, una celda dividida en compartimentos de apenas un metro cuadrado donde se encerraban hasta cuatro personas sin luz ni apenas aire; una vía del tren que entra dentro del recinto alambrado y electrificado y de repente se corta, una cámara de gas y un horno crematorio que es como los de cocer pan, y, en fin, dos frases: “de aquí sólo se sale por la chimenea del horno crematorio” y, aún más cruel en su ironía, “el trabajo os hará libres”. Ahora, tras visitar los campos de concentración polacos de Auschwitz y Birkenau y vivir así una de las experiencias más impactantes de mi vida, me siento incapaz de describir este horror. Tal como dice Primo Levi en su imprescindible Si esto es un hombre, un fragmento de cuyo capítulo segundo leímos a modo de oración laica sentados en unas gradas de la plataforma de descarga de prisioneros del campo de Birkenau, “nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre”. Allí está la infamia más grande que han conocido muchas generaciones y una vergüenza que Europa tiene que soportar eternamente por no haber sido capaz de evitar que algo tan atroz se llevara a cabo en su seno, hace tan sólo sesenta años. Ahora que se construyen ámbitos grandiosos de comunión política y se rescatan historias antiguas que rondan la ficción, Europa tiene que volver los ojos a esta realidad ignominiosa y comprender que su historia tiene un antes y un después de Auschwitz y que esta deuda de sangre nunca se saldará en la memoria. Nadie que no haya estado en estos lugares, corazón del exterminio nazi, puede hacerse una idea cabal de lo que allí ocurrió, por muchos libros que haya leído sobre el tema, por muchas películas terribles que haya visto, ni tampoco puede pretender un conocimiento riguroso de la historia europea del siglo XX, cimentada ya para siempre sobre la barbarie de esta fábrica de espanto. Al volver a Cracovia tras una jornada en los infiernos, nos encontramos con que una joven orquesta ofrece un concierto de Brahms en la iglesia barroca de San Pedro y San Pablo, y uno se pregunta cómo puede caber tanta gloria y tanta miseria en tan poco espacio, en tan sólo el alma humana.

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