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Veo con inquietud cómo entre los políticos e intelectuales del momento, se llamen conservadores o progresistas, se ha instalado la idea recurrente de llamar “pensamiento único” a la opinión del contrario, bajo la consideración romántica de que los ideales propios son minoritarios frente al parecer del otro, por supuesto equivocado y compartido por todos los demás. Me acuerdo de esto a propósito del Manifiesto por la alternancia presentado ayer en Sevilla por el PP de Andalucía, en el que, entre otras cosas, hay proclamas “a favor de la libertad y del pluralismo y contra el pensamiento único” (pero no son esos los comportamientos que observo aquí cerca, propiciados por algún miembro de la ejecutiva regional de ese partido, más deseoso de que esa “masa crítica” que pretende despertar el tal manifiesto permanezca bien dormidita). Pero el lamentable artículo que escribe el tantas veces lúcido Manuel Vicent hoy en El País (el enlace es a Periodistadigital; hay que registrarse gratuitamente, pero merece la pena) no me levanta mayores esperanzas: si pensamiento único es considerar que no todos los de derechas son multimillonarios ni todos los de izquierdas se criaron en el viento helado de la calle, lo siento, yo soy de ésos. La perversión (pero qué palabra, qué recuerdos) del planteamiento de Vicent es considerar que esos que tienen fincas con perdices son de un partido, cuando la historia política ya ha demostrado que las fortunas siempre están del lado del vencedor, sea éste cual sea, y que riñones bien forrados (o aspiración de tenerlos a cualquier precio) los hay en todos lados, por ser ésta no una aspiración política ni ideológica, sino meramente humana, carnalmente humana.

El deseo de enriquecerse a través de la política late en muchos corazones de políticos, aunque no fuera esta la pulsión que los llevó a esa dedicación. Es como un mal que se va desarrollando a medida que el sujeto se va introduciendo en un mundo irreal de purpurina, que es en lo que se ha convertido la vida política española de hoy (en serio: ¿alguien ve diferencias entre Carod Rovira y Yola Berrocal?). Demasiado poder en manos incapaces, ineptas, que jamás alcanzarían los altos puestos de responsabilidad a los que los llevan las urnas si tuvieran que conseguirlos con el esfuerzo de su propia competencia. Pero una vez allí, se creen su valía, y, miguita a miguita, llega el momento en que se pierden las formas, y ya no se ocupan tan siquiera de guardar las apariencias. Enriquecerse con la política es fácil, cómodo y sin riesgos: ¿a cuántos políticos hemos visto en la cárcel por conseguir dinero aprovechándose de los privilegios de su cargo?. Y sin embargo, ¿no existe la percepción popular de que eso está ocurriendo diariamente en todos lados, también aquí, en nuestros pueblos?. Pero nadie se atreve a denunciar nada, quizás porque es la aspiración secreta de cada uno de nosotros, y tan sólo aguardamos la oportunidad para imitar esos comportamientos (“si otros lo hacen, por qué yo no”). Y, mientras, es más cómodo pensar que los inteligentes están a mi lado y los corruptos al otro.

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