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Cerro del Cuerno/30

La contaba mi bisabuela Antonia, con la voz cansada del recuerdo, sentados todos a su alrededor junto al fuego en su choza de pastores de La Jara. Quién la oyó por primera vez, no se sabe, ni de dónde llegó, ni cómo. Sólo sabe que su abuela le contaba la historia de Mariana, una adolescente de hermosura campestre, con olor a brezo, con las manos más finas que jamás se vieran en aquellos jarales duros y fríos, que vivió en otro tiempo en el cercano cortijo de La Mora. Ahí afuera aúllan los lobos devoradores de silencios y mi bisabuela hilvana temblorosa los hilos de lo que dicen que fue. Cuando Mariana se enamoró de Moisés, un velo de tenue oscuridad cubrió su rostro, como si presagiara algún nublado porvenir. Pero, qué decir de dos jóvenes que se querían. Qué palabras pudieran contar aquella ternura sin herirla. Luego, un día, él fue reclutado, desgracia de los pobres, para asistir a las tropas que sitiaban alguna lejana ciudad europea, dejando anudada una promesa de matrimonio. Durante tres años, Mariana aguardó cada día, cada noche, la vuelta del amado, del que en todo este tiempo no tuvo más noticias que una carta casi deshecha que logró atravesar tanta distancia para renovar con bríos la promesa de amor eterno hecha antes de partir. Al fin, la primera noche de un noviembre, dice mi bisabuela que le contó su abuela, unos golpes a deshora en la puerta de la choza anunciaron un regreso. Mariana acudió presurosa, y en el rostro de Moisés encontró una belleza extraña, un resplandor espectral que encandiló una vez más los ojos de la joven, aquellos que habían sido capaces de contener tanto deseo. Cómo contar aquella noche sin herir la inocencia de estos infantes que me escuchan. Sólo diré que la pasión de los enamorados hizo palidecer la ardiente llama que bajo la chimenea iluminaba el interior de aquella morada, que por una vez no fue choza de pastores sino palacio real, torre de sueños, castillo de sabidurías. Todavía la luna dominaba el horizonte y Casiopea marcaba su espacio en la negrura del cielo cuando Moisés, con el dulce sopor que invade a los amantes tras haber amado, prometió a Mariana que nunca más se separaría de su lado y Mariana prometió a Moisés que nunca más se separaría de su lado. Y dice mi bisabuela que le contó su abuela que cuando a la mañana siguiente llegó un soldado con la noticia de que Moisés había muerto heroicamente en el cerco de Nápoles hacía un mes y medio, sobre el camastro de Mariana sólo pudieron encontrar el hueco de dos cuerpos hoyado suavemente en la lana de un jergón nupcial.

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