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La cabra

Cerro del Cuerno/44

Hay una literatura rural tremendista, una especie de realismo sucio agrario, en la que el gañán de campo, criado en la brutalidad agreste del instinto animal, acaba haciendo el amor con la cabra del corral. Es el desahogo a una necesidad básica reprimida que en las sociedades cerradas de ciertos pueblos sólo encontraba estos escapes antinatura, repudiados pero asumidos, que tantas veces hemos leído en el retrato de vidas antiguas llenas de violencia, crueldad y miseria. Un mundo de bajas pasiones que ya creíamos tan sólo materia de novelas naturalistas pero que de nuevo, con la rotundidad de una bofetada que no se espera, nos ha devuelto el alcalde de Torrecampo, que ha avergonzado a los vecinos de su pueblo y a los de toda la comarca al declarar en El día de Córdoba que él no piensa casar a parejas homosexuales, porque “si llegamos al progresismo puro y una persona siente deseos carnales con animales, también podrá irse con su perro, burra, cabra o cochina”. La expresión no sólo convierte al alcalde torrecampeño en representante de la ideología más rancia que hoy puede rastrearse, sino que muestra a una persona incapaz de analizar una realidad social compleja con la madurez y sensibilidad que sería exigible en un cargo público. Como político, podrá estar a favor o en contra de lo que el proyecto de ley propone y exponer argumentos que avalen su posición, pero lo soez de su manifestación y lo que se trasluce bajo ella mancha el cargo que ocupa y refleja modos e ideas que no quisiéramos ver en las personas que nos representan. Uno ya comprende con dificultad la actitud beligerante que ha adoptado la jerarquía católica en este asunto, porque, siendo Dios todopoderoso y no necesitando de la caridad humana, se esperaría por parte de la Iglesia una mayor atención al hombre que sufre, realidad tangible avalada por una certeza absoluta de la que no dispone la divinidad. Pero, aun así, allá a su suerte quienes han decidido confiarlo todo a lo probable. Los políticos, en cambio, no pueden regirse por esta norma de conducta. Su reino está en este mundo y no han sido llevados a tan noble puesto para dictar normas morales, sino para gobernar a los ciudadanos con las leyes que ellos mismos quieran darse. Y no ignoro que otros políticos de la comarca, como el portavoz del PP en el Ayuntamiento de Pozoblanco, han aportado cordura y nobleza al debate, pero ahora quiero hablar del primero. Porque con sus palabras, lejos de colaborar al progreso de la comarca, nos devuelve a todos de bruces a aquella sociedad de los cuarenta donde el tonto del pueblo babeaba por las esquinas y el viejo solterón con su camisa sucia violaba a la burra en lo más hondo del pajar.

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