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Cerro del Cuerno/51

A la misma hora que en Santa Eufemia, al pie del espectral Miramontes y dentro de la V Muestra de Teatro Clásico de Los Pedroches, el grupo TNT de Sevilla representaba el esperpento Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte de Valle-Inclán, en Hinojosa del Duque el pleno municipal elegía nuevo alcalde de la villa a Matías González, sumando así un nuevo acto, que no se presume final, a otra representación que ya lleva varios años en cartel, desde que el actor principal hubiera de hacer mutis por el foro en desgracia para guardar honores ajenos. Dicen las crónicas que el nuevo primer edil citó a Séneca al tomar el bastón de mando: “En la vida como en el teatro, no importa lo que dure la representación sino lo bien que se haga”. Acertó González recurriendo al estoico cordobés, que supo bien mucho de intrigas políticas y palaciegas, aunque quizás no cayó en la cuenta de lo desgraciado de su final. Pero nada importó en aquella noche de apoteósis, donde ni siquiera los pataleos de los populares en el patio de butacas, acusándole de entrar en escena “por la puerta falsa”, lograron velar los méritos de tan elaborado libreto. No sabemos qué hubiera dicho de esta opereta el Hamlet cómico que ayer gritó en Villanueva del Duque cuatro verdades sobre los manejos de la política y el fariseísmo de los gobiernos. Es lo que tienen los clásicos, que siempre nos abofetean a destiempo con lo más repugnante de nuestra propia realidad. Los actores de la gestión pública aparecen manejados por unos hilos invisibles que los quitan y los ponen, los traen y los llevan, en un juego de marionetas del que sólo se ve la parte externa, pero no la que realmente importa. El director de la compañía, oculto tras la tramoya, compone la escena que otros han de interpretar, y aquí no se admiten morcillas. Cada uno recita su papel con la calidad de un papagayo, procurando ocupar siempre el lugar justo marcado en el escenario, adonde apunta el haz de luz, mientras que los engaños siempre se traman en la zona oscura, como en los entremeses cervantinos que el Corral de Comedias de Almagro representó en Torrecampo. Todos fingen no darse cuenta de estos cambios de actores en mitad de la representación, que hace poco más de un año conocimos también en la función de Pozoblanco: siendo otra la máscara, quieren hacernos pensar que el personaje es el mismo. Así se compone un espectáculo esplendoroso en el que, como en el teatro más convencional, todo ocurre sobre el escenario, mientras el público embelesado en la platea asiste atónito a tan poco edificante representación sin saber muy bien si, al caer el telón, debe aplaudir o abuchear a los actores.

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