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La palabra

Cerro del Cuerno/52

Un recital de Paco Ibáñez en Hinojosa del Duque y la actuación de Rafael Álvarez “El Brujo” en Alcaracejos pusieron un brillante broche de oro al verano cultural de Los Pedroches. En ambos actos se reivindicó la palabra y la poesía, si es que son distinta cosa, como modo de sobrevivir en el escenario adverso de nuestra sociedad actual. El viejo Paco Ibáñez, pasando revista al canon de la poesía clásica española, expresó sus ideas y sus ideales sin corrección política alguna y tomando partido hasta mancharse, lo que provocó reacciones encontradas entre un público mayoritariamente entregado, pero no absolutamente fiel a unos modos de expresión que hoy ya no consiguen excitar al auditorio como hace treinta años. En otro lugar he dicho que empuñar una bandera republicana en el escenario hoy resulta un acto más patético que subversivo, y se me ha censurado por ello, pero habrá de reconocerse que hay nostalgias que no tienen más vida que la de la memoria. Por lo demás, el recital sedujo por la clarividencia y sensibilidad de Paco Ibáñez, que en un clima excepcionalmente intimista hizo una reivindicación de la poesía como arma cargada de futuro. El problema está en que el poder revolucionario de la poesía ha cambiado mucho últimamente, no sólo porque en general los poetas han abdicado de su obligación de luchar para transformar el mundo, sino porque también el público, hoy, ya, casi al cien por cien, incluso aunque no lo sepa, aunque crea lo contrario, concibe la poesía, tan sólo, como un lujo cultural, como un adorno sin pecado, y acudir a este salto en el tiempo de la mano de Paco Ibáñez resulta una concesión esteticista que rápidamente se olvidará tomando una cerveza con gambas a la plancha en una caseta de la feria.

Rafael Álvarez “El Brujo” deslumbró en su demostración incontestable del poder seductor de la palabra en estado puro. En una hermosa noche estrellada, El Brujo fue desgranando secuencias que iban desde una interpretación sui generis de los textos de Santa Teresa hasta una viva narración de sus experiencias infantiles en Lucena. Lo más sorprendente era que casi daba igual de lo que hablara el cómico, pues el público, ahora sí unánimemente entregado, seguía embobado sus circunloquios expuestos sin artificios, sin efectos especiales ni escenografías impactantes, simplemente con la palabra convertida en poesía gracias a la voz seductora del charlatán que llega a la plaza del pueblo e hipnotiza a la audiencia con sus narraciones extraordinarias. En Alcaracejos El Brujo, como Paco Ibáñez en Hinojosa, eran seres de otra época, venidos oportunamente a recordar que sin la palabra el mundo sería más triste y menos bello.

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