Soledades
Juan Rubio Romero, natural de Torrecampo, murió en el penal de San Cristobal, en Pamplona, el 27 de junio de 1944, a los 93 años de edad. Es una de las 131 personas enterradas en un cementerio que se extiende sobre la ladera del monte homónimo, que protege por el norte la capital navarra. Todos ellos eran prisioneros enfermos y fueron conducidos al fuerte de San Cristóbal tras adquirir éste la condición de «sanatorio penitenciario» al acabar la guerra civil. Imaginar la vida allí en tales años no resultará difícil, conociendo la historia, y no consuela saber que el mayor alivio era escuchar los chistes bienintencionados del capellán de la prisión. Cómo llegó Juan allí no lo sabemos, ni el tremendo historial que puede esconderse bajo su lápida, pero qué milagro que su nombre no se haya borrado del todo para siempre, gracias precisamente al capellán que decidió organizar su trabajo en el fuerte como si fuera una parroquia, llevando al día los libros de defunciones. En ese registro leemos también el nombre de Félix Armenta Amor, natural de Belalcázar, fallecido el 3 de agosto de 1942, a los 46 años. Pero la persona de Juan Rubio conlleva una especial soledad. En ese camposanto tan lejano de su tierra, que ofrece desde la altura vistas a los pueblecitos de Garrués, Orrio o Eusa, él ocupa una de las diez apartadas tumbas que componen la única fila del cementerio civil. ¿Qué suerte o azar en los últimos días de su vida mereció este lugar para la eternidad? ¿Qué coherencia de pensamiento o qué ausencia total de moralidad? ¿Cómo el infortunio de la soledad y el estigma de ser distintos acompaña a algunas personas hasta los más lejanos confines de su existencia, no importa dónde el mundo haya decidido que acaben sus días?.Catálogo de improperios (III): Malas entrañas
Y llama al demonio con razón falso y malvado, porque allende de lo general, en este su caso fue malvado y muy falso: falso, porque pensó y habló diferente de la verdad que pasaba, afirmando que la virtud de Job era virtud mercenaria; malvado, porque sus malas entrañas y el odio mortal con los hombres le pusieron en que hablase y pensase desta manera. [Fray Luis de León, Exposición de Job, XVI)
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