Bocados de realidad

Bocados de realidad

(Foto: Sánchez Ruiz)

Tomo prestada esta tremenda fotografía (pulsar en ella para verla más grande, más real) de El día de Córdoba, que la publica para ilustrar su crónica sobre la fiesta de la matanza del pasado domingo en Alcaracejos. Allí, al decir del alcalde, se reprodujeron "todos los procesos y rituales que formaban parte de una matanza de cerdo realizada a modo tradicional", excepto, precisamente, el sacrificio de los cerdos, espectáculo al parecer demasiado sangriento para la sensibilidad actual y que hubo de hacerse anteriormente al inicio del espectáculo, en la sordidez de lo privado. Realmente, una matanza sin el infernal griterío de los cochinos mientras se clava en su pescuezo la hoja afilada del cuchillo guiada por la mano experta del matarife, sin el chorro de sangre humeante que borbota hacia un cubo de zinc ennegrecido donde una matrona agita con vitalidad impropia de su edad el caliente líquido para evitar que se coagule a destiempo, sin aguerridos mozos y mayores y niños sujetando las patas, el rabo y las orejas del moribundo pero todavía poderoso animal, sin la eventualidad posible de que el marrano salte de la mesa sacrificial con el cuchillo clavado en el gaznate y dejando en su loca carrera hacia la muerte un reguero de sangre desperdiciada para el alimento, una matanza sin todo eso pierde mucho de auténtica brutalidad rural, esa brutalidad en la que nos reconocemos los que tantas veces la hemos vivido, esa autenticidad que a latigazos de realidad nos ha hecho ser como somos.

La fotografía muestra el momento en que uno de los cerdos sacrificados es trasladado a la plaza desde la sala íntima de inmolación, una especie de milla verde inversa ya con el beneplácito de la exhibición publica. La estampa tiene un fortísimo valor iconográfico, y ya está tardando la Mancomunidad en mandar imprimir con ella carteles promocionales de Los Pedroches para las oficinas de turismo de todo el mundo. La indumentaria de los actores, las boinas, el esfuerzo colectivo para conseguir el fin perseguido, la expresión enjuta de algunos rostros diluida entre la satisfacción, el orgullo y la piedad, el cerdo -ibérico- al que prudentemente se le oculta el rostro para preservar su intimidad en esta crucial hora del despiece. Todo se conjuga en esta imagen prodigiosa que cuenta en un segundo la historia de Los Pedroches de ayer y de hoy, a la que no falta siquiera el imprescindible elemento de transgresión social, de incorreccion política, que ponga a la comarca en el mapa de los tiempos de hoy. Y por si la evidencia fuera demasido sutil, ahí tienen ese vehículo aparcado en la acera, que, habiendo escapado sin sanción, fue en aquel día de ritos seculares víctima de mil flashes probatorios.