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La Extranjera

En esta vorágine de los días, donde la pasión a veces sobrepasa la intención, conviene detenerse un momento, respirar, y zambullirse en la palabra dulce y serena de la poesía. Gracias a la generosidad ya demostrada de la autora, he recibido hace pocos días el libro La Extranjera, una antología de la obra poética de Juana Castro, prologada por Vicente Luis Mora y editada por la Diputación Provincial de Málaga. La obra llega en un momento oportunísimo, por cuanto el Consejo de Gobierno de la Junta acaba de conceder a Juana Castro la Medalla de Andalucia, galardón que se concede anualmente con motivo del Día de Andalucía. Los interesados pueden adquirir el libro directamente en el Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga

El repaso de los versos aquí seleccionados se convierte en un viaje iniciático por el mundo del amor, de la muerte y del dolor, los tres temas que, según los teóricos de Juana, dominan su poética, pero también nos queda la cuarta herida, la de la vida. La suya es una poesía feminista o femenina, no sé, pero sobre todo humana, y ahora que decir esto será tan políticamente incorrecto, y probablemente ni siquiera a la propia Juana Castro agradará, yo voy y lo digo: la poesía de La Extranjera, mostrando fundamentalmente el eco de una voz femenina, es, sobre todo, una poesía sobre el hombre, o lo diré en latín para que se entienda mejor, sin ambigüedades: sobre el homo, estamos, sobre el ser humano. Pues en un universo tan ancho como el de Juana sería una reducción insultante acotar fronteras marcadas por la biología, como si el pensamiento comprendiera divisorias y las lindes del sexo determinaran principalmente la sensibilidad.

Leyendo ahora así, seguida, toda la trayectoria de Juana Castro, he descubierto una faceta que no conocía, y que interesará fundamentalmente a la tematica de este blog (y utilizo sin pudor esta palabra porque ella misma, en uno de sus versos, la incorpora ya al lenguaje poético). Recogida fundamentalmente en sus obras Fisterra (1992) y Del color de los ríos (2000), se trata de la relación infantil de la autora con su tierra natal, que es nuestra tierra, una relación expresada en términos que, tal como ha apuntado alguno de sus estudiosos, busca menos la reconstrucción de un paisaje que la conformación de una memoria. Una memoria que se adivina amarga, fuente inevitable de agonía por la rudeza agreste de unas costumbres bárbaras que repugnan a una niña "temblorosa y desnuda", incapaz de comprender la crudeza bestial no sólo de unos ritos rurales que se complacen en la sangre y la violencia, sino, sobre todo, de unos modos de comportamiento ancestral voluntariamente ásperos y ajenos a toda ternura, tal como antaño se entendía la fortaleza, si no la masculinidad. Yo también, como tantos, me reconozco en esa niña que huía al campo, aterida, sin comprender, llorando... Y, aunque al cabo del tiempo, la poeta vuelve a la tierra confesando su culpabilidad de prófuga, hay resquemores antiguos que jamás podrán ser vencidos, como el de los ensueños prohibidos que costaban dos reales o el terrible presagio de los pájaros negros en el horizonte o de las manos de hielo arrancando bellotas de la escarcha o de la vergüenza de viajar en carro con el débil consuelo del rocío de estrellas, por no hablar ya -horribile dictu- del espectral sueño de espanto en la era, mientras piafaban las bestias y rondaban culebras durante toda la noche.

Juana Castro (Foto: Miguel Ángel Salas)

1 comentarios :

Anónimo | viernes, febrero 23, 2007 9:37:00 a. m.

Acabo de hacer mi pedido del libro al CEDMA (es una maravilla poder hacerlo desde el ordenador en 20 segundos...) y ahora, a esperar llegue pronto y devorarlo. Buen provecho a todos los lectores de nuestra bien querida Juana. Merino, qué suerte que a ti te lo hayan regalado....aunque el precio es lo de menos, solo envidio que tu lo tengas antes...

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