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Atardecer en El Soto


Ermita de la Virgen de las Cruces, en el paraje de El Soto, término de El Guijo.

Hay placeres que conviene compartirlos con mucha o poca gente. Para otros, dos personas bastan. Otros, finalmente, gusta disfrutarlos en soledad. Un paseo solitario por el paraje de El Soto, en El Guijo, en un atardecer primaveral de marzo, reconforta con la naturaleza y acerca el criterio a la perfección que dicen de la creación. La ermita de la Virgen de la Cruces es el centro de un paisaje cuajado de fauna, de serenidad y de historia. A un lado, el prodigio de las cigüeñas en ebullición de vida, el milagro que se renueva cada primavera. A otro, la placidez dormida del cerro de Majadaiglesia, donde quizás comenzó todo en Los Pedroches. Y, en medio, la serenidad plácida del recinto sagrado más antiguo de esta tierra. Entornos todos que pueden correr peligro, o quizás no, porque la naturaleza y la historia, y no digamos la religión, han sobrevivido a lo largo de los siglos a miles de amenazas que parecían inminentes y no lo fueron. Y otras veces sí.

El paraje natural de El Soto, con su arroyo de Santa María, con sus álamos, chopos y olmos, pudiera ser víctima de un exceso de mejoramiento urbano, probablemente bienintencionado. Se sustituyen árboles veteranos (ignoro si enfermos por el sustento de tantos nidos) por otros de rápido crecimiento que acomodan un parque recreativo lleno de bancos, columpios y pasarelas apto para todos los públicos. A base de facilitar, de domar, de pulir, pudiérase acabar con el encanto de un lugar que tenía precisamente en su imperfecta espontaneidad originaria el mayor de sus atractivos.


Paisaje poblado de nidos de cigüeñas.

En Majadaiglesia, quizás la antigua Solia romana, una escuela taller araña pasados por descubrir. De momento, percibo sólo la señalización de sendas que conducen a restos estructurales que están siendo limpiados y balizados convenientemente, pues algunos representaban realmente un peligro, pero temo lo que pueda venir después. La arqueología es una cosa demasiado seria para dejarla en manos de la Consejería de Empleo.


Una escuela taller recupera restos de la antigua Solia.

La ermita, en fin, ha sido víctima, como tantos otros lugares, del exceso generoso de la subvención pública forzada, que tanto daño está causando en el patrimonio histórico español. Casi tanto como su ausencia. Los tradicionales poyetes que rodean los santuarios comarcales han sido "restaurados" al modo en que ahora complace hacerlo todo, con ese granito perfecto cortado a escuadra y cartabón que desfigura cualquier esencia. El pecado es aquí mayor porque para obrar correctamente bastaba aprender del modelo secular que se muestra apenas a unos metros.


Rotundidad geométrica en la restuaracón del exterior de la ermita.


El modelo tradicional, justo enfrente.

Con todo, el espectáculo espontáneo de la puesta de sol tras un horizonte de encinas sublima cualquier censura. Las cigüeñas revolotean ruidosas a mi alrededor porque ocupo el árbol de sus nidos y, cuando finalmente deciden juzgarme un ser inofensivo, nos ofrecen para todos esta imponente ceremonia de cómo el mundo sigue su curso, riguroso y veraz con la banda sonora de la avifauna salvaje, ajeno a tanto delirio humano y, si es el caso, incluso divino.


El vuelo de las cigüeñas (1)


El vuelo de las cigüeñas (2)



Cortesías. El exceso de ponderación obliga más al agradecimiento. Mil gracias, don Manuel.

1 comentarios :

Anónimo | lunes, marzo 26, 2007 4:54:00 p. m.

El mérito de Solienses es tanto mayor cuanta más indiferencia causa en las instituciones culturales de la comarca.

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