El debate de la sierra
Cortijada de la sierra en medio de la soledad del olivar.
Hace varias semanas una revista de turismo me encargó un artículo sobre Los Pedroches, en el que debía tratarse particularmente, además de los atractivos habituales, sobre la producción aceitera de la comarca. Con tal motivo visité algunas almazaras de Villanueva de Córdoba y Pozoblanco (de las que hablaré otro día), pero, puesto que no me pareció que por sí solas ofrecieran hoy mismo un especial atractivo turístico, decidí incluir en el recorrido que propondría a los lectores un itinerario por la sierra, esa gran desconocida de Los Pedroches. Así, una tarde abrileña de esta exhuberante primavera que estamos viviendo, emprendí la aventura de recorrer la carretera entre Pozoblanco y Villaharta, con destino al monasterio de Pedrique, consciente de que resultaría imposible en tan breve itinerario comprender en su totalidad los atractivos de los olivares serranos, pero con la intención de experimentar al menos lo que un viajero fugaz sentiría si realizara a su modo este trayecto.
Debo reconocer que la última vez que había hecho la ruta por esta carretera fue a bordo de uno de aquellos terribles autobuses de hace quizás treinta años, cuando viajar a Córdoba representaba un viaje de varias horas, que se eternizaba en un laberinto de curvas encendidas con mareos y vomitonas, en medio de las cuales lo que menos se le ocurría a uno era admirar el paisaje. Por eso, al volver ahora, con coche propio y la posibilidad de detenerme cuando los sentidos lo exigían, y a pesar de que llevaba el preaviso de algunos amigos de Solienses, esta incursión en el dominio del olivar me ha supuesto el descubrimiento absoluto de un mundo del que no tenía ni idea de que existía en tales términos, yo mismo, que presumía de conocer bien Los Pedroches. Qué equivocado estaba y qué nueva lección de humildad ha vuelto a darme la experiencia.
Pretender describir ahora los encantos que salen al paso en estos 36 kilómetros de naturaleza en estado puro se me antoja un ejercicio de retórica ociosa. El serpenteo de la carretera de montaña, antaño amenaza terribilísima, se torna hoy para el viajero deseoso de descubrimientos un camino fascinante hacia un universo prodigioso de belleza y soledad. Los cauces del Cuzna y el Guadalbarbo, con sus salvajes bosques de ribera, las alturas de la Loma de Buenavista, la Chimorra, Peña Águila, los inmensos olivares derramados como por azar en tan abruptos lugares, salpicados aquí y allá por cortijos y viejas molinas y ermitas, el siempre misterioso acueducto del molino de la Gargantilla... y, sobre todo, las vivencias que estos lugares evocan, vivencias de dolor y sufrimiento, de alegría cortijera y solidaridad aceitunera, ecos de faneguerías, de remates y de tantos amores fugaces que duraron apenas la temporada, o que quizás todavía perviven... Es cierto que Los Pedroches viven en gran medida de espaldas a su sierra y esa condena me parece que ha sido a la vez su salvación, de modo que se han podido conservar casi vírgenes unos paisajes y unos entornos que de otra manera quizás habrían sufrido una invasión excesivamente trastornadora. El paisaje de la sierra de Los Pedroches sólo tiene siglo y medio, pero se ofrece hoy al viajero con la autenticidad de toda una historia a sus espaldas, con la fuerza de unos campos que han sido respetados, cuidados e incluso mimados por sus propietarios, que tienen hoy la gran suerte de poder disfrutar de unos entornos privilegiados por la naturaleza.
Por eso, la lectura del artículo de José Díaz publicado en el número de abril de la revista La alacena bajo el título "Mi derecho a discrepar (más sobre aerogeneradores)" me ha hecho reflexionar una vez más sobre la dificultad de compaginar progreso y tradición, conservación y desarrollo, y la multiplicidad de aspectos que han de considerarse a la hora de valorar actuaciones de mejora y también a la hora de rechazar propuestas de intervención. Censura José Díaz la decisión de abandonar el proyecto de instalación en la sierra de los molinos de viento sobre los que tanto debatimos hace un año, al entender que podrían haber constituido el motor de un futuro desarrollo que la sierra está necesitando urgentemente. Critica la ausencia de infraestructuras en la zona y reclama la elaboración de un plan integral de aprovechamiento de la sierra -al modo a como se hace con los parques naturales, o como se ha propuesto varias veces para la dehesa- que la dote de los recursos precisos que permitan el mantenimiento económico y ecológico de la zona.
Valorando sus razones y lo oportuno de su argumentación, quisiera apuntar tan sólo, sin embargo, un acuerdo y una discrepancia. Estoy de acuerdo en la necesidad urgente de elaborar un plan integral sobre la sierra (al que, más que de aprovechamiento, yo llamaría de mantenimiento, y el matiz es fundamental para entender luego la discrepancia). Un plan institucional, en el que se impliquen los organismos públicos y privados con intereses en la zona, y también los particulares, un plan que proponga medidas de actuación en todos los ámbitos que afecten al territorio, y vigile su desarrollo y correcta aplicación. Mi discrepancia, no obstante, reside en el objetivo fundamental que debe perseguir esta actuación -y hablo, sí, como persona no implicada en ninguno de los sectores productivos del territorio, pero no considero que ello reste valor a mi propuesta- y que estimo que no puede ser principalmente una explotación económica de los recursos de la zona, sino especialmente la protección y conservación de los mismos (y sólo cuando no entre en conflicto con lo segundo se atendería a lo primero). Está claro que lo ideal sería armonizar ambas pretensiones, y seguramente es posible, pero supondría un gravísimo error repetir aquí equivocaciones ya experimentadas en otros lugares. Porque estamos hablando de un ecosistema privilegiado que quizás sea un último reducto de naturaleza no contaminada. Que no se olvide la sierra, de acuerdo, que no se abandone a su suerte, pero que la salvación no sea, otra vez, la destrucción irreparable.
Acueducto y ruinas del molino de la Gargantilla.
Todos los tonos posibles del color verde se hallan en la sierra.
5 comentarios :
Antonio tu hablas del encanto de la sierra en general, pero la zona de Peñaáguila es otro mundo, es viajar al pasado y a la vez viajar al futuro, esta frágil y sensible zona de la sierra es el lugar donde más variedad de especies de flora de monte mediterráneo se encuentra por unidad de superficie, probablemente nos encontremos ante el lugar del norte de la provincia de Córdoba donde podemos encontrar lo que fue, lo que es el monte mediterráneo puro en su estado más natural, apenas sin alteraciones humanas, solo el paso de un vieja vereda sin uso desde hace más de 35 años. Somos muy pocos los privilegiados que hemos visitado y mostrado ese lugar y a todos los visitantes les queda un buen recuerdo de su visita a lo alto de Peñaáguila y las ganas de volver otra vez y a los que la mostramos solo nos cabe un: “cuando queráis volver aquí estaré”.
De aquí en adelante surgirá un movimiento que busque encontrar un figura de protección medioambiental para la zona de la Loma de Buenavista , esto va a ser un hecho porque ya existe una inquietud bastante palpable, sabemos que este camino va a ser arduo y difícil y que nos hallaremos con la oposición de muchos vecinos, pero con ello contribuiremos a que esta zona no sea expoliada del verdadero valor ecológico que posee.
Con respecto a los molinos, no nos llevemos a engaños, la empresa en cuestión marcó los puntos en un despacho a golpe de puntero, sembró de molinos las cotas más altas de Andalucía, también el punto mas alto de la zona norte de Córdoba, “la Chimorra” y zonas aledañas. Sin tener conocimiento del alto valor ecológico que posee el paraje, muy sensible ante cualquier desequilibrio medioambiental, así la anotación “se repondrá la vegetación a su estado natural” es poco más que una broma.
En cuanto a la recuperación del campo de batalla de la zona de Pozoblanco también es algo que se ve venir, y se oyen ya muchas voces, esto contribuirá a dar un atractivo turístico más de la sierra, pues las trincheras se encuentran allí en sus puntos más altos, también en la zona de “lo alto de la sierra”, allí se encuentran y son identificables episodios concretos de la batalla de Pozoblanco, narrados en bibliografías.
Miedo me da. Y lo digo tal y como lo siento. No dejo de ser consciente de que hablo tan alegremente por no depender nuestra subsistencia familiar de los ingresos que pueda proporcionarnos la explotación del olivar. Que nadie se llame a engaños: como la inmensa mayoría de los propietarios de la Sierra. Y tal vez sea por esta misma razón por la que cada vez que se oyen "intervenciones" en la Sierra me echo a temblar.
A modo de antecedentes, comentaré que -como ya sabes bien Antonio- mi relación con la Sierra es tan casual como intensa. El acceso a la propiedad no ha sido por herencia de antepasados, ni por blanqueo de dinero negro, ni por el gordo de la primitiva... cada rama que acaricio, cada pizarra que me sostiene, cada flor de jara que me acompaña y cada borboteo de agua que me sosiega desde el arroyo, los puedo sentir gracias a que -como los emigrantes de toda la vida- hemos ido arañando cuatro euros del salario que uno vino a buscar en tiempos de juventud junto al mar, hasta poder invertirlos en un espacio donde echar raíces para llenar de luna las pupilas, de vida los oídos y de aire el corazón.
Los primeros olivos que se han cruzado por nuestra vida han sido estos. Nadie en mi familia ha podido decirme cómo hay que acometer las labores de cultivo, ni épocas, ni productos, ni formas... ni subvención, por supuesto. A pulmón.
Todavía nos tenemos que reír cuando recordamos del día en que fuimos a ver la finca con su anterior dueño para tratar la compra. Mientras él se esforzaba en contarnos cuántos olivos había, la producción media por campaña, la calidad del suelo, el estado vegetativo de los árboles, etc... nosotros no parábamos de mirar hacia la Umbría del Castaño observando cómo los quejigos amarilleaban en las lomas. Que si ahora mira un almendro en flor, que si esto es un madroño, que si mira ahí abajo, que si aquello es un castaño con las hojas en el suelo, que si mira las jaras y el lentisco, que si esto es un cornicabra y ahí hay otro pino... que fíjate lo tupido que está el monte ahí al lado, lo mismo hay hasta faisanes -esponjes- Tanto fue así que el pobre vendedor nos preguntó que si es que veíamos muy malos sus olivos y no nos gustaban.
Lo reconozco: La Sierra nos pegó en medio de la frente y con la mano del revés. Por su orografía, por la fauna y la flora, por su intrincada accesibilidad, por su luz, por sus alborotados amaneceres de pájaros... y aquí nos tienes de aceituneros vocacionales trabajando el cultivar y aprendiendo. Siempre aprendiendo.
Por eso digo que me da miedo leer opiniones tan respetables como la de José. Y me asusta porque considero que aún no hemos conseguido enterarnos de que el progreso no viene de la mano de grandes aerogeneradores puestos encima de la Cueva de la Osa. Un lindero me ha comentado que la causa real que les ha hecho desistir del proyecto es que no pueden pasar los camiones con palas de esa envergadura por ninguna de las carreteras que llevan al paraje. Y me aterroriza la sola idea de que alguien crea que beneficia en algo apresar las aguas de nuestros cauces. Pienso que el olivar de sierra es como es. Mejorable, por supuesto. Pero no creo que el regadío fuera una mejora prioritaria para nuestro cultivo, del mismo modo que tampoco tratamos de un olivar que permita el alto grado de mecanización y rentabilidad que tiene el olivar de campiña. En todo caso, más que mejora, sería una transformación en toda regla.
En sintonía con lo que comentas, Antonio, creo que cualquier mejora debiera pasar por el absoluto respeto al entorno que hospeda al cultivo. ¡Ojo! -y sé que aquí me cargo a Dani- nuestro olivar no es ecológico. Pero lo que tiene esto de aprender por iniciativa propia, es que me ha permitido poner en práctica una serie de medidas que después he sabido que se llamaban agroambientales y que, sin entrar en detalles, preservan el suelo de la erosión y permiten la intervención de la fauna auxiliar autóctona en el control de posibles plagas.
Todo lo anteriormente expuesto, como es natural, ha dado lugar a que linderos y olivareros de siempre hayan cuestionado mis métodos, que no digo yo que sean los más acertados, pero sí los que me dejan dormir tranquilo.
Y aquí, como ocurre con la dehesa, es donde creo que radica la clave del asunto. Debieran ser los mismos propietarios los primeros en guardar el máximo celo en lo que atañe a la conservación y mejora del hábitat en el que desarrollan sus diversas actividades económicas. Y habría que hallar la fórmula para conseguir implicar más a nuestros habitantes en el tema medioambiental. Pero no sé qué hay que hacer, ni cómo intentarlo siquiera. La realidad me demuestra que cuando intentas explicar que las chaparras, coscojas y matorrales que conforman un lindazo no son un estorbo, sino que albergan a multitud de pajarillos que a su vez se alimentan de algunos insectos dañinos para el olivar, acaban tomándote por un auténtico majarón. Y al final siempre terminamos en lo mismo: --mira, si es que nosotros no vivimos de esto y aquí lo que queremos es descansar-- y te excusas como puedes y miras para otro lado cuando ves cómo los demás atacan al modo tradicional.
Habría que encontrar el modo de transmitir a nuestras gentes la plusvalía que supone la rentabilidad visual y paisajística del lugar donde tienen la dicha de vivir. La necesidad de mantenerlo y preservarlo con el mismo tesón que nuestras madres mantienen con las pilistras -a mí no me vengas con moderneríos de aspidistras-: venga macetas para el corral, venga macetas para la casa. Va a llover, venga otra vez macetas para el patio, va a helar y macetas para adentro. Y todo el trajín por el mero placer estético de mirar las plantas ornamentales.
No sé. Hay cosas a las que uno no acaba de acostumbrarse y terminan por hacerme sentir la misma impotencia que tú sientes cada vez que miras el ave y los talgos cruzar la dehesa sin contraprestación alguna para sus habitantes. Y es que cada uno entiende el progreso a su manera...
hwdniVaya gustazo, ¡joder! que se me han saltado las lágrimas. Enhora buena a los tres: Antonio, Dani y Pedro.
Es cierto que cada vez hay más desencanto con respecto al tema del olivar ecológico y de la lucha contra la erosión. Contribuyendo a crear este mal ambiente el anuncio de la posible desaparición de las ayudas, en concreto las de la producción ecológica.
Por otra parte no habría que temer tanto pues en el nuevo estatuto andaluz se refleja que el tipo de agricultura que se favorecerá en adelante es la ecológica.
En cuanto a si nuestro olivar es ecológico o no, las cifras cantan, hay que tener en cuenta que un alto, muy alto porcentaje de la aceituna que se recoge en nuestra sierra es de producción ecológica.
También tenemos que tener en cuenta que el olivar ecológico existirá mientras existan las ayudas y cuando estas desaparezcan se verá quien sigue practicando este tipo de cultivo.
Si hablamos de un cultivo ecológico integral, es decir producción ecológica más no laboreo de las pendientes más favorecer las especies autóctonas en linderos y zonas inaccesibles, etc, etc, ya no se debe de hablar de olivares ecológicos sino de olivareros ecológicos, pues es ya el grado de vinculación con el medio ambiente el que hace que creamos en este tipo de cultivo.
Ha sido leer lo de las pilistras -sí, pilistras- y se me ha puesto un nudo en la garganta.....es como si oyera la voz de mi madre, esa que hace tanto que dejé de oir y que sin embargo, creo oir todos los días en las 'pequeñas cosas de cada día'...
Gracias por el artículo y los comentarios de parte de una noriega que, mañana mismo, cogerá carretera y manta para poder disfrutar de sus cruces.
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