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Falta imaginación


Una escena de "El enfermo imaginario" de Moliére, que abrió la Muestra de Teatro Clásico en Cardeña.

Con la frialdad institucional de una actividad organizada meramente para cumplir un expediente administrativo, finalizó anoche en Belalcázar la VII Muestra de Teatro Clásico de Los Pedroches. La edición de este año pasará a su pequeña historia por la calidad de las obras representadas y la absoluta deficiencia de los lugares elegidos para las escenificaciones. Ya cansa insistir en la idea, pero duele comprobar cómo todo el esfuerzo económico que supone la convocatoria, el delicado trabajo de selección de obras, el empuje teatral de las compañías concertadas y el apoyo constante de un público fiel choca contra el escaso interés de los ayuntamientos por ofrecer escenarios dignos de la ocasión. Realmente, alguien tendrá que decirlo: ese invento kitsch posmoderno que son las casetas municipales incumplen todos los preceptos estéticos que podrímos desear para una Muestra de estas características, que no sólo debe tener entre sus objetivos el mero placer de gozar del arte teatral, sino también –como en otros lugares, que miman mucho más estos aspectos- la difusión del patrimonio histórico de nuestros pueblos. ¿Qué imagen se llevaría de Belalcázar el forastero que asistiera anoche a la representación de Las mujeres sabias de Molière, a cargo de la compañía Fuegos Fatuos? ¿Podría alguien, a través de su caseta municipal, hacerse una idea de la riqueza monumental de la villa?

Sorprende, desde luego, que los alcaldes luchen en las reuniones de la Mancomunidad para que las actividades se realicen en sus pueblos y luego, una vez conseguidas, se desentiendan totalmente de ellas. Lo de anoche en Belalcázar fue significativo: las taquillas y la puerta de acceso se abrieron a la hora de comenzar la representación, porque, al parecer, otra actividad se estaba desarrollando allí hasta ese momento; el escenario estaba a una altura exagerada con respecto al público y debajo de él había otras dependencias a las que la gente entraba y salía durante la representación… La cosa no mejoró ni siquiera en Hinojosa del Duque, donde, a pesar de que el decorado natural de la Plaza de la Catedral podría haber añadido puntos a la representación, todo se vino abajo al no haberse delimitado un espacio propio para el patio de butacas, de modo que, rodeado todo por terrazas veraniegas en plena efervescencia, las cuitas del avaro (y no digamos ya las severidades del auto sacramental) se veían salpicadas por el casticismo rumboso del “¡Tres cañas y una de chipirones!” y el sentencioso “¡Oído cocina!” de los camareros.

Siete años son ya muchos para no haber aprendido la lección. Pienso que para próximas convocatorias se impone una remodelación drástica de la filosofía que guía la Muestra. Una posibilidad sería que las representaciones se ofertaran sólo a aquellos ayuntamientos que sean capaces de garantizar espacios escénicos que reúnan las condiciones mínimas desde el punto de vista técnico, artístico y patrimonial. En todos nuestros pueblos hay lugares adecuados, y bastaría con que los equipos de gobierno estén dispuestos a costear el esfuerzo económico (y, fundamentalmente, de imaginación) que requiere un acontecimiento cultural tan excepcional como la Muestra de Teatro. Si no, todo acabará convertido en una catetada más de quien quiso parecer y no fue capaz de ser.

1 comentarios :

Anónimo | lunes, agosto 13, 2007 9:31:00 a. m.

Ojalá.

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