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Los lugares de la memoria (1)



Las encinas, las retamas y la jara han invadido el escenario. Fue en la noche del 21 de agosto. "El día 21 fusilaron 14 en una mina", cuenta con sobriedad Francisco Moreno. Catorce fusilados más, como tantos otros en tantos sitios. Pero ocurre que estos catorce están aquí, tan cerca, al alcance del eco de una piedra que se lanza al abismo. Eran de Alcaracejos, que tanto habría de padecer luego. Eran agricultores -propietarios agrarios, dice la historiografía al uso-, quizás un médico, un farmacéutico, un maestro, un secretario de juzgado, lo normal aquellos días. Ya tanto hemos hablado y escrito que cuesta provocar turbación con las palabras. Yo me confieso de lágrima fácil ante las emociones profundas y no me avergüenza reconocer una vez más que esta tarde he llorado. Cuarenta grados me acompañaban en este viaje que quise solitario, por más sentir. La cruz sobre el montículo alerta, como faro al navegante, de unos acantilados de la historia afilados como cuchillos. El paisaje lunar de la pizarra y la escoria aislan del universo y ni siquiera la posibilidad siempre amenazante de la culebra, víbora o basilisco paraliza el paso, no obstante tembloroso. Aun sabiendo lo que voy a encontrar, no alcanzo a imaginar. Nadie podría.

Las minas guardan en sus entrañas cientos de historias de horror y dolor. El repertorio minero de Los Pedroches es hoy un fósil de memorias, de tantas vidas y tantas muertes, una historia que algún día habrá de ser contada, para saber y aprender. Pero los que el día 21 acudieron a la mina no eran mineros, sino agricultores, quizás un médico, un farmacéutico, un maestro, un secretario de juzgado, lo normal aquellos días. Aquel mismo día, en toda España, centenares de catorces caminaron, quizás llorando, como yo, hacia la mina oscura de su destino. Los fusilaron allí y los tiraron al fondo de la mina. Como en tantas minas, cercanas y lejanas, como en tantas fosas, arroyos, canteras, barrancos y cunetas. Catorce más, como tantos. Pero estos están aquí, bajo el agua.

Las retamas ocultan y hay que abrirse paso entre la jara pringosa, que se alza inoportuna como queriendo dificultar, detente, basta, para ya, por Dios. Hay una placa hecha pedazos al pie de la soberbia cruz de granito, altanera, con un gancho de hierro en su crucero, quizás para lámpara de aceite que anunciara el lugar a quienes transitaran por la carretera. Una cruz que distingue de tantos como yacen sin cruz que les señale. Sólo se leen dos palabras en la placa, y adivinamos otras. Detrás una lápida blanca como la nieve remota en aquel lugar tan caluroso, con 17 nombres. Descansen en paz, dice, y una fecha, 21 agosto 1936. Y, detrás, el espanto.

El espanto es una boca de mina, puerta abierta a los laberintos subterráneos. Dicen que los echaron ahí y ahí deben permanecer, más de setenta años después, esperando algún cierre a sus catorce o diecisiete vidas tempranamente cortadas. Como tantos otros, en tantas minas, sí. Pero es que estos están aquí, están aquí, ahí. Cómo no pensar y dejarse caer al terrible incendio de la tarde. Alargo las manos sobre una voluntariosa alambrada para sacar con mi cámara una imagen del fondo en este pasmo de tantas caras. No me arriesgo del todo, pues conozco el vértigo y sé de su poder fulminador. Las manos son mis ojos, y miran y lo que ven, siendo nada, asombra. Cuatro paredes de verticalidad huidiza y al fondo un espejo del cielo. Siendo nada, es inmenso: todas las lecciones en ese vacío agrio de cuatro paredes. La memoria del dolor. Allí están, y algo se escucha.

Alrededor de este ómphalos de nuestra historia gira la incertidumbre de cómo pensar en tan crucial momento. En esta selva de tristezas, alguien sin piedad solventó dudas y se arriesgó a un hotel frustrado, cuyo esqueleto vigila a pocos metros (¿quién podría dormir, comer, hacer el amor en ese lugar?). Por aquí y allá hay restos de construcciones mineras, pero todas las miradas van a este pozo. Sentado en las gradas, apoyado en la cruz, miro hacia la carretera, donde circulan a gran velocidad coches y camiones en ambas direcciones. A veces, resulta imposible concluir, la sentencia no está clara. Porque en ese pozo negro del 21 de agosto duerme la conciencia de varias generaciones, desorientada, perdida, sin saber a dónde atender. Si fueron catorce o diecisiete. Si importa que las palabras que se leen en la placa de al pie de la cruz sean España y Presente. Si la vida en carretera transcurre veloz y aquí el tiempo se ha detenido. Si cuando vuelvo a mi coche, arrastrando los pies por la vergüenza de no saber lo suficiente, de no ser capaz de comprender, enciendo la música y suena Silence, night and dreams de Preisner, como un bálsamo del desconsuelo. Y ahí quedan, atrás, setenta años de silencio, noche y sueños. En la mina sin nombre.


El pozo estremece


La placa


En primer término el pozo y detrás la cruz.


Paisaje con hotel al fondo.

6 comentarios :

Anónimo | martes, agosto 05, 2008 7:07:00 p. m.

Visto.

Anónimo | martes, agosto 05, 2008 9:18:00 p. m.

Sin duda es un lugar que pone la piel de gallina. Ahí están y ahí seguiran por mucho tiempo, de eso no cabe duda.

Anónimo | miércoles, agosto 06, 2008 9:39:00 a. m.

Creo que nada más se debería decir, la guerra civil tuvo dos bandos perdedores, por todo lo que está costando recuperar el daño que España se hizo durante esos días.

Muertos hay en los dos lados, horrorosamente asesinados por pensar diferente del otro, por puras riñas vecinales o simple rencor camuflado dentro de una guerra.

Unos, antes recordados con cruces y placas, que hoy yacen destrozadas y olvidadas. Trabajadores, agricultores, personas que no tal vez no sabían, ni querían saber nada de esta guerra que no iba con ellos.

Otros, sin cruces ni placas, hoy intentan ser encontrados y desenterrados, con excavaciones presididas por la bandera republicana, que no sabemos si los mismos muertos querían o repudiaban, porque cualquier rencilla valía para segar la vida de sencillas personas.

Nada más debería decirse, este artículo de Solienses tiene merito para ser epitafio de una contienda, que debemos superar entre todos, a pesar de los políticos de profesión, que como siempre, no ayudan.

Anónimo | miércoles, agosto 06, 2008 10:14:00 a. m.

¡El horror de las GUERRAS!. Ojalá, para lo único que sirva todo esto, sea para que nunca más se repita.

Anónimo | domingo, agosto 10, 2008 11:39:00 p. m.

Si, si, pero esos como no son republicanos, pues mejor los dejamos ahí abajo y todos tan contentos.

Antonio Cabrera | miércoles, julio 05, 2017 5:18:00 p. m.

Esa mina sin nombre era el pozo Vizcaya, nombre muy relacionado con la procedencia de la empresa que lo explotó, la Sociedad Los Almadenes. Tuvo una vida breve pues la riqueza y amplitud de sus filones era escasa, cerrando allá por 1907 llegando a alcanzar una profundidad de 160 m.

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