Tace! Los Piostros

Tace! Los Piostros

Los caballistas se acercan a la ermita de Piedras Santas, esta tarde.

Ahora mismo no sé si debo hablar de los piostros o callarme. Lo vivido esta tarde ha sido un descubrimiento, como cuando acudes a ver una película de la que te han hablado mucho y temes que defraude las expectativas creadas y resulta que no, que las supera. Además, el acercamiento a una fiesta sin las implicaciones emocionales de haber crecido con ella permite una objetivación de sus contenidos que la presenta con una limpieza imposible cuando conoces sus entresijos, la pequeña historia local de miserias que envuelve cualquier celebración en los pueblos pequeños.

La fiesta de los piostros de Pedroche, con motivo del traslado de la Virgen de Piedras Santas a su ermita, resulta, aún hoy, una supervivencia insólita en esa globalización que ya ha llegado incluso a los encinares más ocultos. En ella pervive la rareza ritual de una mayordomía sin hermandad, gobernada por el Ayuntamiento (los mayordomos son elegidos el día del Corpus en un pleno extraordinario), tan al gusto de muchas otras fiestas populares de Los Pedroches donde el componente religioso parece con frecuencia meramente circunstancial. En este ritual de orígenes presuntamente medievales se mantiene la función simbólica de promoción individual y familiar y de reconocimiento público de prestigio, de sociabilidad y de integración de grupos por categorías. Los elementos festivos aún aparecen muy individualizados y no fusionados, como es habitual, en un maremagnum igualatorio. Y, por encima de todos, resalta el componente estético en cada una de las etapas de su desarrollo, ese valor estético fundamental que, en opinión de Caro Baroja, concede a los rituales que lo poseen "grandes garantías de resistir los embates del tiempo".


Entre los jinetes hay hombres, mujeres y niños de todas las edades.

El desfile (más que procesión) -donde la imagen de la Virgen, contrariamente a lo que suele, abre el cortejo y los caballistas ataviados que la siguen se convierten en los verdaderos protagonistas de la función- constituye toda una exhibición pública de poder y notoriedad, hoy parcialmente oculta bajo el manto disgregador de lo lúdico y quizás en otro tiempo con mayor fuerza simbólica. La marcha posee gran colorido y vistosidad, acrecentados por el dinamismo de tantos animales juntos. El paso por la Plaza de las Siete Villas constituye uno de los momentos más importantes del recorrido, así como la llegada a la ermita, donde se rinden honores a la imagen. Luego llegan la misa y el convite de los mayordomos: el momento de la sociabilidad y mayor desinhibición. Más tarde, el regreso. Y es entonces cuando, ya anochecido el día, los caballos se lanzan al galope por la cuesta de El Molar levantando chispas del asfalto y, así, sumando el riesgo a la belleza plástica de la estampa, se compone para el visitante ajeno a los ingredientes devocionales uno de los momentos más intensos de todo el día.


La Virgen de Piedras Santas frente a su ermita.

Pero manifestaba al principio mis dudas sobre la conveniencia de divulgar esta fiesta o silenciarla. Lo visto hoy me ha parecido que guarda los niveles óptimos de conservación y sostenibilidad. Hay una fuerte implicación por parte de los vecinos de Pedroche y una tolerable asistencia de visitantes foráneos, que permiten todavía disfrutar de los rituales sin las interferencias que inevitablemente trae consigo el turismo de masas. Resulta extraño que una fiesta tan ritualizada no haya alcanzado todavía una difusión aún mayor, dados sus potentes atractivos lúdicos, estéticos y religiosos, residiendo en esta paradoja quizás la clave de su mantenimiento hasta cierto punto incontaminado. Cuando, y ojalá no lo veamos, los autobuses de turistas lleguen de Córdoba por docenas para disfrutar del primitivismo rural de los pueblos del norte, cuando los ociosos de Sevilla y Madrid manoseen los madroños de las mantas de piostro intentando hallar su secreto y pretendan comprar jamugas como souvenir, entonces estaremos dramáticamente cercanos a que tardes como la de hoy no se puedan volver a repetir.



Desfile de los piostros, con la torre de Pedroche al fondo.


Estampa típica de la fiesta.


La banda de música Santa Cecilia anima la procesión.


Paso de la Virgen de Piedras Santas por la Plaza de las Siete Villas.


El hombre lleva la típica manta de piostro y la mujer va sentada en la jamuga.


Una carreta vistosamente ataviada.


Las carrozas ayudan a la integración de los más jóvenes.


Ya en el santuario, los caballos se detienen unos segundos ante la imagen de la Virgen.


Durante la misa, los animales descansan a la sombra de las encinas.


La imagen en el momento de entrar en la ermita.


Los jinetes al galope por la cuesta de El Molar.


Numeroso público se congrega para contemplar las carreras.


Los últimos jinetes llegan al pueblo cuando ya es de noche.