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Formas clásicas del Erecteion, en la Acrópolis de Atenas.

Atenas revisitada

Quince años después encontré la capital de la cultura clásica con pocos cambios. Siempre más turca que europea, Atenas ofrece el contraste inmenso del pasado y el presente. La ciudad vive en torno a su acrópolis, una presencia demasiado ominosa como para vencerla, una sombra en exceso imponente. A sus faldas se ha construido un ciclópeo museo al modo que ahora gusta, donde el edificio intenta dominar al contenido. Aquí no se consigue del todo, porque hablamos de cariátides, de frontones truncados, frisos y metopas, pero uno comienza a enojarse de que en estos macrocontinentes culturales de la modernidad se utilicen las piezas sagradas para componer un discurso museístico previo a mayor gloria del arquitecto, y no al revés.


Estatua de Poseidón en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas.

El otro museo es ahora el Arqueológico Nacional, un albergue que peca por defecto. Todavía anclado en los planteamientpos museísticos del siglo XIX, se asemeja, como casi todos los museos griegos, a un almacen de emociones. Paseando entre el Diadumeno de mármol, el Poseidón de bronce o la máscara de oro de Agamenón, se olvidan tales minucias estructurales, aunque gustaría un mejor hospedaje para la memoria cultural de occidente.

Y alrededor de estas reliquias, la vida. El barrio de Plaka me ha parecido ya completamente entregado al mercadillo turístico y resulta difícil rastrear algo de autenticidad puramente helénica, aunque el cosmopolitismo ateniense alterne ahora en la Plaza Monastiraki la venta ambulante de los hindúes, la asepsia de McDonalds y la grasa autóctona del gyros con pan de pita. La visión de conjunto, como siempre, está en el Licabeto, mirador imprescindible desde el que se comprende todo, no obstante que las mejores vistas sobre la acrópolis, ese monumento de la historia, se gozan desde el caluroso Pnyx, donde se inventó la democracia.


Cientos de personas admiran continuamente la perfección del Partenón.


Mercado de pescado en la calle Athinas de Atenas.


Luz Casal, "la musa de Almodóvar", actúa el 13 de septiembre nada menos que en el Odeón de Herodes.


Descubrí un nuevo instrumento musical, el hang, a las puertas del nuevo museo de la Acrópolis.


Cambio de guardia en la Plaza Syntagma.


El Diadumeno, de Policleto.

Renacer en las Cícladas

Grecia contiene más de cuatrocientas islas y por algún sitio había que comenzar. Explorada ya Creta hace años, nos dejamos llevar por la opinión. Mykonos resultó ser una islita pintoresca, en exceso favorecida por una fama a la que luego no responde, como tantas veces. Con unos precios tan elevados que sólo se entienden como modo de selección turística, el destino, si alguna vez fue elitista, hoy me parece en la frontera entre lo cursi y lo cutre. Su mayor atractivo, como casi siempre ocurre con las islas, está fuera de ella: unas vistas que hieren por su belleza. A media hora en barco se halla el santuario de Delos, un islote despoblado, todo él un yacimiento arqueológico repleto de templos, pórticos y grandezas semejantes. Ante su espectáculo desde el monte Cinto se corta la respiración, y no es por el violento viento que azota. Por un decreto que data del 454 a.C., en Delos está prohibido nacer y morir, porque los paisajes sagrados no admiten tan humana contaminación. Tanta pureza hicieron de la estancia en esta isla uno de los mejores momentos de todo el recorrido.


Vista de Delos desde el monte Cinto.

Aunque el mayor descubrimiento fue Santorini, paraíso para quedarse a vivir eternamente. En realidad uno acude allí en busca de la antigua Thera, cuya primitiva civilización estudió en sus años escolares, pero qué duda cabe que también enganchado por el refinamiento prometido que el cine ha enseñado. El encuentro resulta exultante, ya desde la entrada. Desde las terrazas de la vieja Fira se divisan imágenes de la caldera que permanecerán para siempre en el imaginario del viajero, inquieto por cómo será posible tanta belleza. El atardecer en Ía renuncio a expresarlo con palabras. Las playas de Kamari y Perissa son una bofetada para el litoral español que te obligan a preguntarte por qué, entre todos los modelos de desarrollo turístico posibles, nosotros hemos elegido el peor. Por desgracia, el yacimiento de Akrotiri lleva cerrado varios años, aunque una idea de sus hallazgos pudimos hacernos en el Arqueológico de Atenas.


Vista de los acantilados desde Fira y bajada al puerto antiguo.

Y, en el camino, desde el barco, con ilusiones de viejo navegante en busca de su patria, te sorprende el pórtico del templo de Apolo en el litoral de Naxos o el castillo veneciano de Íos, visiones todas ellas y muchas más que tantos viajeros contemplaron antes y permanecen legadas para la eternidad. Las islas Cícladas han conseguido una preservación arquitectónica y natural envidiable, imposible e irrecuperable ya cerca de nosotros, y es así como aprendemos las lecciones de los clásicos, siempre sabios, siempre eternos.


Interior de una de las capillas bizantinas más antiguas de Mykonos.


Las Cícladas están llenas de pequeñas capillas de pescadores, como esta de Mykonos.


Los molinos de Mykonos, una de las estampas típicas de la isla.


Puesta de sol en Ía, en la isla de Santorini.


Refinamiento en Santorini, frente a la caldera.

1 comentarios :

Mariló | domingo, agosto 30, 2009 4:05:00 p. m.

El hang, precioso instrumento que enamora a todo el mundo! Aquí te dejo un vídeo para que recuerdes su maravilloso sonido: http://www.youtube.com/watch?v=TQXn5ba0aT8

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