Diego Higuera
Lo oyó una tarde en un teatro. Y el temblor de la poesía le atravesó la garganta, porque él era la voz, y fue esa voz el ritmo y su misterio. La música. A ella la poesía la zarandeó por vía oral, y por eso se plegó siempre a su memoria.
Recitaba, y modulaba como piano o como fuente o como arroyo, por allí pasaban aves encendidas o el ciclón de un viento huracanado, algo que te escarbaba el miocardio y te obligaba a blandirlo en un cuaderno de rayas. Pero es que él también lucía una sonrisa partida por dos lágrimas ocultas, que a veces asomaban desde la chistera, sin aparecer del todo, porque era un gran hombre sin querer parecerlo.
Se ha ido despacito y sin ruido, cuando en el encinar y las macetas de su pueblo estallaba la primavera y cuando eso que él hacía –fiestas, tertulias, revistas, homenajes– ya no es gratuito y tiene nombre: empresa cultural Diego Higuera podría llamarse hoy.
[Juana Castro, en Cuadernos del Sur, 11 de junio de 2011]
1 comentarios :
Que bien escribes Juana Castro, cuanta sensibilidad y cuanta poesia hay en ti.
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