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"Nos fusilaron al anochecer, nos fusilaron mal"


Miguel Gila al teléfono.

Alguna vez había escuchado la anécdota. Al estallar la Guerra Civil, como militante de las Juventudes Socialistas Unificadas, el luego humorista Miguel Gila se alistó como voluntario en el Quinto Regimiento de Líster. En diciembre de 1938 fue hecho prisionero por los moros de la 13.ª División del general Yagüe. Poco después fue puesto frente a un pelotón de ejecución para ser fusilado, pero los miembros del piquete estaban tan borrachos que no acertaron con los disparos y Gila, haciéndose el muerto, logró salvar su vida. Lo que no sabía es que esta escena tan surrealista, que parece arrancada de un monólogo satírico del propio fusilado, sucedió en Los Pedroches, concretamente en la localidad de El Viso. Luego, también pasó por Hinojosa del Duque y Villanueva del Duque. El mismo Miguel Gila lo cuenta, con su característico tono tragicómico, en el libro de memorias Y entonces nací yo. Memorias para desmemoriados (1995), del que reproduzco algunos pasajes:

Las informaciones no eran muy claras, pero precisamente por ello, nuestra lucha en Extremadura era también confusa y desordenada. La lluvia y el barro obstaculizaban cualquier estrategia que organizara los combates. Acosados por la artillería y sin armamento que nos diera fuerza para resistir, iniciamos una retirada hacia Pozoblanco donde habíamos tenido nuestro cuartel general. No teníamos munición para los cañones antiaéreos. Los camiones pinchaban y no nos quedaban ruedas de recambio, por lo que se hacía necesario llevarlos cargados y con el único recurso de sustituir las ruedas pinchadas con las ruedas gemelas. Los camiones, con tan sólo dos ruedas traseras, eran incapaces de soportar todo el peso.

Con grandes apuros llegamos a El Viso de los Pedroches. Ahí una de las dos ruedas traseras reventó y el camión dijo: "No va más", y se paró, apoyándose en su cojera. Intentamos inútilmente que alguno de los camiones que venían en la caravana nos prestara una rueda, pero ninguno de los camiones tenía rueda de repuesto. Abandonamos el camión y comenzamos a caminar en dirección al pueblo, la lluvia menuda, pero constante, calaba los huesos. Cuando nos dimos cuenta, los moros de la 13ª División de Yagüe nos habían cercado y nos hacían prisioneros. Para mí, la guerra había terminado, pero me faltaba pagar el precio de la derrota.

Los moros nos quitaron las cazadoras o los tabardos, la manta y las botas, luego nos ordenaron sentarnos en el suelo, bajo la lluvia. Una mujer, que tendría unos treinta años, salió de una casa gritando vivas a Franco, los moros llegaron hasta ella, la metieron en la casa y sus vivas a Franco se convirtieron en gritos desgarradores. Instantes después, los moros salían satisfechos, habían violado a la mujer y llevaban en las manos gallinas, botellas de vino y algunos objetos robados con el "ábrete Sésamo" de los vencedores de batallas. Dicen, o decían, nunca supe si esto era cierto o no, que los mandos de la división del general Yagüe, cuando sus tropas tomaban un pueblo les daban veinte minutos para apropiarse del botín que encontrasen en el lugar conquistado. Ni lo puedo asegurar ni lo puedo desmentir, me limito a contar lo que oí decir. Lo de la violación lo puedo afirmar porque los moros nos ordenaron que nos levantásemos y nos encerraron en la misma casa de aquella mujer que había gritado los vivas a Franco y que, aterrorizada y con sus ropas desgarradas, lloraba sentada sobre la cama en que los moros habían abusado de ella.

En el corral de la casa había un pozo, pero el agua estaba estancada y verdosa. Con tres cantimploras en la mano, me acerqué al moro que vigilaba la entrada y le rogué que me dejara salir a buscar agua. El moro sin decir ni una palabra me golpeó con la culata de su fusil en una cadera. Fue un golpe dado con saña, que me produjo un dolor tremendo. Desistí de mi petición y volví de nuevo al corral de la casa. A los pocos instantes de haber recibido el golpe en el costado me brotó un hematoma de un color morado. Recordé la gangrena que había causado la muerte de mi padre por un golpe en el mismo lugar donde el moro me había golpeado y pensé que, tal vez, mi muerte iba a ser igual a la suya. Pensaba si el destino no me habría buscado la misma forma y la misma edad para morir. No le tenía miedo a la muerte. Estaba tan agotado, tan devorado por los piojos, por el hambre, el frío, el cansancio y la sed, que morir podía ser una liberación.

Como la sed iba en aumento no tuvimos otra opción que beber agua del pozo, nos quitamos los cinturones, los unimos uno con otro y conseguimos que la cantimplora llegara hasta el fondo. Bebimos el agua y a los pocos minutos nos retorcíamos de dolores en el estómago. El dolor nos duró tan sólo un par de horas. Cuando estaba por anochecer, los moros nos sacaron de la casa y nos empujaron hasta un descampado a las afueras del pueblo. Ya nos habían despojado de la ropa de abrigo.

El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el cuello de las gallinas robadas con el ya mencionado "ábrete Sésamo" de los vencedores de batallas. El frío y la lluvia calaba los huesos. Y allí mismo, delante de un pequeño terraplén y sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: "¡Apunten! ¡Fuego!", apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de diciembre. Las gallinas tuvieron poco tiempo para respirar, el que emplearon los del piquete de ejecución en apretar sus gatillos. Y sobre la tierra empapada por la lluvia nuestros cuerpos agotados de luchar día a día.

Catorce madres esperando el regreso de catorce hijos. No hubo tiro de gracia. Por mi cara corría la sangre de aquellos hombres jóvenes, ya con el miedo y el cansancio absorbidos por la muerte. Por las manos de los moros corría la sangre de las gallinas que acababan de degollar. Hasta mis oídos llegaban las carcajadas de los verdugos mezcladas con el gemido apagado de uno de los hombres abatidos. Ellos, los verdugos, bañaban su garganta con vino, la mía estaba seca por el terror. No puedo calcular el tiempo que permanecí inmóvil. Los moros, después de asar y comerse las gallinas, se fueron. Estaba amaneciendo.

La muerte en las guerras tiene mucho trabajo. La muerte en las guerras nunca tiene prisa. Se lleva a unos y deja a otros para más adelante. Me dejó a mí y dejó al cabo Villegas. De mí no se llevó nada, del cabo Villegas se llevó una pierna, la izquierda. Sangraba abundantemente, me arranqué una manga de la camisa y le hice con ella un torniquete a la altura del muslo.

Me fue difícil cruzar el río, sucio y revuelto por las lluvias. Lo crucé con mi carga al hombro. El cabo Villegas no pesaba mucho y yo, con mis veinte años, era un muchacho fuerte, pero el terror del fusilamiento había aflojado mis piernas. Al otro lado del río quedaba un paisaje gris de llovizna, con sabor amargo de guerra y doce hombres jóvenes con la vida quebrada en el sueño de alcanzar el final de esa guerra, no importa si como vencedores o vencidos.

El llanto por aquellos hombres jóvenes brotaría más tarde, cuando la espera de doce madres se hiciera dolor por la noticia. La muerte de las gallinas sólo se haría maldición en la boca de algún campesino.

Conseguí llegar con el cabo Villegas sobre mis hombros hasta Hinojosa del Duque, ya en poder de los nacionales, fui hasta la parroquia y se lo entregué al cura. Pensé en huir hacia Portugal cruzando sierra Trapera, pero sabía que si alguien del ejército rojo entraba en tierras portuguesas, era entregado a las tropas de Franco. Así las cosas, tomé la determinación de buscar dentro de aquel desbarajuste algún vestigio de gente con vida. Llegué a Villanueva del Duque, vi una hoguera en el interior de una casa y entré. El miedo se había quedado atrás, en el lugar del fusilamiento. Entré sin importarme quiénes eran los que estaban alrededor del fuego, si rojos o nacionales, el hambre y el frío me habían dado el valor o me habían eliminado la cobardía, lo mismo da.

Mi entrada y mi aspecto asombró a los que estaban alrededor del fuego. Ninguno echó mano a su fusil, mi cara demacrada y mis pies, que aunque me los había envuelto con trapos me sangraban, los desconcertó. Les dije que pertenecía al ejército rojo y que formaba parte de una columna de prisioneros que venía hacia el pueblo. Ellos, los de la hoguera, eran legionarios y odiaban a los moros. Uno de los legionarios al oírme hablar me preguntó si yo era de Madrid, le dije que sí, él también, y estuvimos charlando unos instantes. Me dejaron que secara mi ropa y mis pies, me dieron agua, una lata de carne, otra de sardinas, pan, tabaco, algunos tomates, una manta y unas alpargatas, después me dijeron que me fuese, para que si llegaba alguno de sus mandos no se vieran comprometidos. Así lo hice. Me senté a las afueras del pueblo y esperé la llegada de la columna de prisioneros en la que iban algunos de mis compañeros. Cuando llegaron donde estaba yo se llevaron una gran alegría al verme vivo. Me uní a ellos. En dos columnas, en fila, una a cada lado de la carretera caminábamos bajo la lluvia, vigilados por los moros desde sus caballos. Muchos de los prisioneros cargaban a sus espaldas sacos llenos de vainas vacías de los Mauser y si alguno, por debilidad, caía al suelo, los moros le disparaban y allí, en la cuneta de la carretera, amortajado por la lluvia, terminaba su sufrimiento.

8 comentarios :

Anónimo | sábado, junio 11, 2016 7:07:00 p. m.

Gila, el mas grande. Esta historia se la he escuchado contar al propio Miguel hace muchos años. Se me quedó grabada en la memoria por lo trágico de la misma y haber sucedido en nuestra tierra. Lo que encuentro de raro en la misma es que no haya tenido mas trascendencia este pasaje de su vida y sea muy desconocido para el público tratándose para mi entender del mejor humorista de hemos tenido nunca. Algo parecido le pasó a Sánchez Mazas, padre de Ferlosio y hemos visto infinidad de artículos de prensa, libros, películas, reportajes, etc, sobre su fallido fusilamiento y al fin de cuentas casi nadie conocía a Rafael Sánchez Mazas si no eras del régimen. Igualmente no tengo claro que por esas fechas estuvieran por el Viso soldados moros del ejercito fascista.

Anónimo | domingo, junio 12, 2016 10:15:00 a. m.

En las jornadas sobre memoria historica que se celebraron en El Viso en noviembre de 2001 con la presencia de varios "Maquis" entre ellos el Comandante Rios natural de este pueblo se contó esta entrañable y conmovedora historia

ANTONIO | domingo, junio 12, 2016 1:25:00 p. m.

¿Alguien puede confirmar o desmentir este hecho?

Anónimo | domingo, junio 12, 2016 11:53:00 p. m.

Aun familiar mio le pillo la guerra en Sevilla en el bando franquista y contaba que vinieron avanzando para Extremadura y el norte de Andalucia y los moros iban siempre delante llegaban a los pueblos y robaban, saqueaban,violaban a las mujeres y todo con el consetimiento y beneplacito de los jefazos . Para eso los ponian delante por que asi los culpables de todo eran los moros. Asi parecia que el ejercito franquista era menos malo. Los culpables eran los moros.

Anónimo | lunes, junio 13, 2016 5:16:00 p. m.

Difícil estimo que alguien pueda confirmar como cierto éste hecho.
Supongo que igualmente también será difícil confirmar su falsedad.
Entonces ¿porqué no creerlo? Yo lo doy por cierto ya que figura en sus memorias y si él lo dice.... ¿que motivos tendría para inventarse ésta historia?

ANTONIO | martes, junio 14, 2016 12:33:00 p. m.

Con el único animo de aprender cosas de nuestra tierra y con todo el respeto al sr.gila y sus memorias me gustaría saber si es posible que el ejercito franquista estuviera en diciembre del 38 en el valle de los pedroches ya que la toma de estos pueblos creia tener entendido que no fue hasta ls ofensiva final en marzo del 39 gracias.

Anónimo | martes, junio 14, 2016 2:31:00 p. m.

Esta es una pregunta para el historiador de Villanueva de Córdoba D. Francisco Moreno Gómez.

Anónimo | martes, junio 14, 2016 5:22:00 p. m.

Todo lo que narra Gila en su libro bien pudo suceder pero en Marzo de 1939 en vez de Diciembre de 1938. El pasaje que narra de las tropas, de los moros, etc., es cierto pero con aproximadamente 3 meses de diferencia. Cuando dice llegar "hasta Hinojosa del Duque, ya en poder de los nacionales" debemos saber que Hinojosa fue tomada por los nacionales a finales de Marzo de 1939. Como todos sabemos los Pedroches no se tomaron por los sublevados en ninguna batalla. El frente fue abandonado por los soldados días antes del final de la guerra y la entrada de los sublevados en nuestros pueblos se hizo sin resistencia armada. Por lo tanto debemos dar por cierto la historia que cuenta Gila con la salvedad del error temporal, por otra parte totalmente lógico por las fechas en que sucedió. Climatológicamente Diciembre y Marzo en nuestra tierra pueden ser muy similares y es posible que en el transcurso de los años el frío que pasó lo relacionase mas con diciembre. Lo que queda fuera de toda duda es que estuvo en los pedroches y como nadie va a poder decir que la historia que cuenta es falsa no entendería porque no la íbamos a creer.

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