Lo anecdótico
Detalle de la portada de "Pueblo chico, infierno grande".Hace unos días Juan Bosco Castilla escribió en su blog una entrada sobre la novela Pueblo chico, infierno grande, ganadora del Premio Solienses 2022. Tras diversas consideraciones en torno a su propia experiencia como lector de una propuesta narrativa que de algún modo le afecta personalmente (su pueblo, su trabajo) y algunos ligeros apuntes sobre la trama, la construcción de personajes o el lenguaje de la obra, Castilla finaliza diciendo: "Para los amantes de lo anecdótico, por último, diré que casi todos los protagonistas son homosexuales". Y, a pesar de que por lo general coincido con las opiniones expresadas por Juan Bosco en casi todos sus artículos, no puedo sino disentir con él en esta ocasión. Que los protagonistas sean homosexuales no es algo anecdótico en esta novela, sino un elemento principal. De hecho, es lo que le concede la entidad, grande o pequeña, que tenga esta obra y sin ese elemento Pueblo chico, infierno grande no tendría nada reseñable.
Lo que distingue a la novela de José Manuel Blanco de tantas otras propuestas similares de literatura ligera son precisamente sus personajes, puesto que ni la trama ni la ambientación resultarían realmente destacables con otros protagonistas. Lo que hace grande a la novela de Blanco es precisamente el hecho de que sus personajes sean homosexuales, porque en esa propuesta -incluso aunque el autor no lo pretendiera de antemano- se contiene un componente reivindicativo para la causa LGTBI en favor de la normalización del colectivo en uno de los últimos reductos donde esta condición no acaba de ser aceptada del todo. Y esto es así porque los personajes gay de Pueblo chico, infierno grande no se someten a los arquetipos tradicionales de tinte negativo con los que el homosexual ha sido presentado habitualmente en la literatura de lo rural.
Por no salir del ámbito comarcal, en El césped de la luna (2001), de Alejandro López Andrada, aparecen dos personajes LGTBI cargados de todos los tópicos malsanos con los que suelen dibujarse este tipo de personajes: a uno de ellos, Joaquinito, "no le iban mucho los libros y quería ser actriz". Aficionado a vestirse de mujer, todo el pueblo se ríe de él, lo que hace sufrir muchísimo a su padre, hasta el punto de que acaba por provocarle un síncope y una apoplejía cuando, pasados los años, Joaquinito vuelve al pueblo convertido ya en Rosalía. El otro, un tal Carlos Cerezo, era un marica reprimido que "ensayaba poses varoniles" para disimularlo y que violó a su mejor amigo aprovechándose de que estaba borracho.
Los de Pueblo chico, infierno grande no son estos personajes marginales, avergonzados de sí mismos o entregados a la mala vida, sino que, como se dice ahora, se trata de hombres gays empoderados que ocupan un papel sobresaliente en la sociedad a la que pertenecen: dos flamantes abogados de Madrid y un desacomplejado alcalde de pueblo. Son referencias muy diferentes a las que nos tenía acostumbrada la literatura tradicional, donde el mariquita era el hazmerreír de todos y solo podía esperarse de él la mezquindad o la maldad. Parafraseando a Ostriker en su reflexión sobre el Prufrock de Eliot, ¿quién querría sentirse identificado con estos personajes deleznables, que han ido creando paulatinamente una conciencia popular ahora difícil de erradicar? ¿Quién, por el contrario, no querría parecerse a los de Pueblo chico, infierno grande? Este diferente enfoque en el tratamiento de la homosexualidad, los diferentes modelos de representación que ofrece, es lo que hace destacable por novedoso a la novela de José Manuel Blanco, porque, lejos de contribuir a la perpetuación de estereotipos miserables, nos presenta un universo cargado de esperanza, por muy irreal que todavía pueda parecer.