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Angustia

Pasan los días, pero no la angustia. Reconozco que, como afirma Fernando Savater, la diferencia entre este atentado y otros a los que ya estábamos acostumbrados es sólo cuantitativa, y no cualitativa. El número de muertos no cambia la esencia de la maldad. Pero,yo por mi parte, he sentido esta vez especialmente la cercanía espeluznante del terror, la fragilidad del ser, el peso poderoso del azar en nuestras vidas. Será porque he subido a esos trenes, porque he bajado en esas estaciones, porque podría haber estado ahí y en otros lugares donde antes explotó el horror no. Pero sobre todo porque, al sentir la endeble base sobre la que se sustenta nuestra sociedad, he entrevisto las tinieblas del desastre, y porque siempre causa horror darse de bruces con la verdad perecedera de nuestras existencias.

Cada día leo entre lágrimas las historias de los muertos y heridos que, en un intento tan humano de poner rostro al anonimato de las cifras, publica El País, y no puedo evitar el estremecimiento. Los números son fríos: 202. En cambio, conocer las historias particulares araña el estómago. En medio del desconsuelo general, me parecen especialmente tristes los testimonios de los inmigrantes afectados. Me imagino la absoluta soledad que deben sentir en tan tremendas circunstancias, en un medio que no puede ser sino hostil, lejos del hogar, quizás de sus padres, de sus hijos. Ayer venía una fotografía impresionante, que retrata, como de ninguna otra forma se pudiera, la constante tragedia del ser humano: es el interior de un avión militar que devuelve a Bucarest los cuerpos de diez rumanos muertos en el atentado; en una fila central se alinean los ataudes; a ambos lados, sobre las paredes del avión, aparecen sentados los familiares, unos frente a otros, separados por la inmensa muralla de la muerte. Aquí están todas las historias: el amor, la muerte, la soledad, el odio, el silencio, la rabia... el regreso al hogar.

Alrededor de este abismo se arrastra ahora con vileza la actividad política en nuestro país, tan noble a veces, tan ruin con frecuencia. Tanta indignidad frente a tanto dolor no puede producir más que vergüenza. La vergüenza de ser hombre.

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