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Sobre el anonimato

"Es probable que opinar o juzgar sin nombre propio tenga un valor terapéutico para muchos en la medida en que la audacia expresiva o la temeridad verbal desinhiben al no tener censura ni represión. Pero los apodos que se emplean en los chats no ensalzan nada, pues entre sus usuarios más desvergonzados simplemente permiten la afrenta, la calumnia irresponsable en una conversación que es a ciegas, una conversación en la que nadie puede romperte la cara. Como nadie te ve y como nadie sabe a quién responde ese nombre ocurrente, chistoso, tras el que te has emboscado, puedes muy bien injuriar y propagar embustes, infundios, noticias falsas. En un espacio dominado por la comunicación, como es el contemporáneo, la multiplicación del ruido informativo conspira contra la verdad, contra el discernimiento, contra la sensatez, puesto que la avalancha de datos y de opiniones nos impide discriminar con juicio. Por tanto, el nick no acaba con el argumento de autoridad, con el sofisma ad verecundiam, sino que lo reemplaza por la falacia ad populum, propia de este tiempo de demagogia que todo lo allana: cualquier deposición valdría por la simple razón de ser hecha entre individuos de igual entidad, informados o desinformados, cuerdos o triviales, reflexivos o hueros." Justo Serna, "¿Hay alguien ahí?", El País, 19-X-2004.

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