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Pedro Tébar escribe sobre "Espíritus de origen desconocido"

Pedro Tébar, ganador del Premio Solienses 2009 por su libro Canción de la madre del agua, presentó en mayo del año pasado en Villanueva de Córdoba el libro de relatos Espíritus de origen desconocido, de Juan Ferrero, obra candidata al Premio Solienses 2014. Lo que sigue es un fragmento de su intervención.

Cuando miré la cubierta del libro inmediatamente se me vino a la cabeza la película de Steven Spielberg Encuentros en la tercera fase. En el diseño de la portada un grupo de personas se dirige hacia un enorme punto de luz que se vislumbra a través de una gran cerradura que aquí, muy originalmente, sustituye a la clásica puerta entreabierta. Indudablemente esta fotografía resume la obsesión del autor por reconciliar esos dos mundos que para él tienen una absoluta existencia y realidad. En la película de Spielberg, después de una serie de aventuras que van acercando a los protagonistas a la Montaña del Diablo, en el desierto de Sonora, se llega por fin al gran encuentro que se produce, curiosamente, a través de la música. El director parece haber ideado un intercambio: de la nave nodriza, dejando atrás un gran foco de luz, van bajando, junto a humanos anteriormente abducidos, los nuevos seres extraterrestres, espíritus de origen desconocido que quieren tendernos una mano. Y desde las arenas del desierto van subiendo a la nave hombres y mujeres que van a vivir la experiencia de traspasar la leve trasparencia que los conducirá al otro lado, no oscuro ni tenebroso sino simplemente desconocido para nosotros. Pero la portada del libro plantea otra incógnita: ¿esos seres que se dirigen andando hacia la luz son los que van a subir a la nave extraterrestre de Spielberg o los que descienden de ella? ¿Son seres humanos que van a traspasar el umbral o espíritus que quieren incorporarse a la Tierra? Porque para Ferrero no hay diferencia entre estas dos realidades. Qué es más real ¿el mundo de la vigilia o el mundo de los sueños? ¿Podemos imaginar a alguien para el que el suspiro de alivio ante el final de una pesadilla se produce no cuando se despierta, como con frecuencia nos ocurre a cualquiera de nosotros, sino cuando ese ser vuelve a su medio natural: el mundo de la ensoñación? Los personajes que aparecen en nuestros sueños viven en un nivel diferente al nuestro y, de vez en cuando, se cuelan sin querer en nuestra mente mientras dormimos, parece querer decirnos Juan Ferrero en una de sus historias.

Desde la portada al final recorre el texto el símbolo de una puerta que al ser traspasada nos conduce inevitablemente a otro nivel. Podemos poner un ejemplo: tenemos un libro entre las manos. Un libro cualquiera: de aventuras, poesía, ciencia ficción, novela negra etc. El libro está cerrado sobre la mesa. Somos libres de abrirlo y empezar a leer o de no abrirlo. Pero si lo abrimos, si traspasamos esa puerta, nos introduciremos sin remedio en ese mundo que hay al otro lado y que ha ideado para nosotros el narrador o el poeta. Esto mismo ocurre en los relatos de Ferrero. A veces cruzamos ese umbral sin quererlo, simplemente colocándote en el dedo un anillo que te has encontrado en un lavabo público o guardándolo en un bolsillo. Una vez al otro lado nadie nos reconoce. Porque estamos al otro lado. Creemos vivir en el mismo ámbito pero nadie nos reconoce, ni nuestra mujer ni nuestros propios hijos. Otras veces cruzamos voluntariamente esa puerta, abrimos ese libro, abrimos este libro, avanzamos página a página hacia la luz, como los humanos que van subiendo a la nave de Spielberg. Si regresamos, si alguna vez volvemos, no seremos ya los mismos. El poeta Luis Rosales dice en un poema de uno de sus libros, La Casa Encendida, "nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre". Nadie regresa desde el otro nivel y sigue siendo el mismo, parece querernos decir el autor en muchos de sus relatos. Como le ocurrió a Anselmo López el policía local que se atrevió a desafiar a los espíritus que habitan en la Casa de la Cultura de Villanueva de Córdoba. O a Enrique, el protagonista de “Círculo traspasado”. O al “Buscador de plantas”, el personaje que desapareció en una cacería y sólo se revelaba a quien intentaba comunicarse con él. Más que sobre los zombis, espíritus, fantasmas, aparecidos, entionis (palabra que él inventa) etc., Ferrero coloca siempre el foco sobre esa línea sutil que podríamos llamar frontera . Traspasarla será siempre una provocación o un reto.

Y no vale con decir que nos encontramos ante un texto puramente literario donde los hechos que se cuentan nunca han sucedido. Que se trata de una obra puramente inventada o de ficción. Quien así piense no debe abrir el libro, y mucho menos leerlo. Porque página a página irá sintiendo el escalofrío del que va abriendo una puerta tras otra y va dejando atrás sólo las sombras de los objetos familiares y los espacios que le servían de referencia. Y como la cera de esa vela del último relato que al final se consume y se apaga habrá perdido ya su billete de vuelta. Pero no hay que afligirse. Nunca estaremos solos. Ese genio de los reinos secretos que fue Allan Poe nos lo promete: cuando la losa haya caído por fin sobre nuestras cabezas no habrá tal soledad pues esos seres invisibles que en nuestra vida susurraban apenas a nuestro alrededor y nadie oía, se harán ahora visibles con toda su intensidad. Juan Ferrero se une con este texto a esa nómina de creyentes que, como Spielberg convocó con su película a los extraterrestres, él traza nexos, puntos de unión con los espíritus sin olvidar, y esa podría ser su última lección, que sobre las altas copas de los árboles tiende el misterio su sagrada túnica. La cuestión está en atreverse a romper con nuestra curiosidad o nuestra convicción ese delgado velo.

Pedro Tébar

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