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Lecturas 2017 / 2
Índice de melancolía

Este libro lleva algunos meses sobre mi mesa. Lo he leído varias veces, de forma seguida e intermitente, buscando infructuosamente por dónde abordar un comentario, una reseña, una mínima reflexión sobre su contenido y su propuesta literaria.

Es un libro que nace desde el misterio y cargado de enigmas. Siendo la primera obra de su autor, no ha gozado más que de una modesta presentación pública en un bar de copas de la capital cordobesa, tan distante de las grandes ceremonias de vanidades en las que suelen envolverse ahora estos asuntos. No hay la más mínima reseña en ningún medio, digital o impreso, y ha escapado de las ruedas recíprocas de críticas elogiosas que los autores de hoy, y particularmente los poetas, suelen dedicarse unos a otros, en ese do ut des en el que parecen basar su propia supervivencia como especie. Juan Gómez Moreno (Añora, 1964) es un autor ajeno a modas, círculos y cenáculos, siendo su obra, sin embargo, una delicia de clasicismo extraña, precisamente por eso, a la poesía que se lleva en estos tiempos, en los que algunos piensan estar revolucionando la lírica contemporánea con 140 caracteres.

El triunfo de internet y las redes sociales en la cultura y el pensamiento actuales ha impuesto, entre otras claudicaciones, la lectura rápida y superficial, la mínima concentración y tan solo el tiempo de dedicación necesario para darle inmediatamente al me gusta o al retuiteo antes de que otro se adelante. La lectura pausada, reflexiva, ha desaparecido de nuestro imaginario intelectual, incluso ya entre las personas en las que cabría esperarse una mayor profundidad. De entre todos los géneros literarios tradicionales, la poesía es el que peor casa con las nuevas tecnologías: los versos requieren, por su propia naturaleza, una demora que resulta incompatible con el ritmo involuntario que impone la abrasiva pantalla y el adictivo ratón, que nunca debe parar, sino estar en un permanente cliqueo. Lo que no evita que la poesía haya caído también presa de esta feria de vanidades, si es que no lo estuvo siempre, con autores que estiman  la recompensa a su trabajo en la efímera gloria del índice like. Pero este libro es otra cosa.

Desde lo incierto (Ediciones en huida) es, pues, un poemario inusual al que nos acercamos sin claves externas de interpretación, que abordamos con la mera intuición del lector curioso que busca el placer de la palabra desconocida, el mensaje liberador de la poesía y su enigma. Vemos un libro cargado de nostalgias, decepciones, derrotas, incertidumbres, existencialismo, descreimiento, melancolía, tristeza, olvido, miedo, términos que así enumerados seguidos al azar conforman una galería descriptiva de la obra y, al mismo tiempo, no dicen nada de ella, ni avisan del peligro que contiene. "No es fácil esquivar los anocheceres de este interminable invierno". El libro incluye un catálogo de supervivencias en este mundo hostil: cómo vencer los temores ("Camino del miedo"), cómo componer el poema ("Red con palabras"), cómo descubrir que siempre estuvimos solos ("Olvido"), qué hacer frente a la irrupción inesperada de los recuerdos ("Memoria"). Es un libro que no habla de otros, sino de sí mismo, de la voz poética, del poeta. Un libro que, si me apuras, no ha sido escrito para otros, sino principalmente para el propio poeta, que se descubre y se reconoce un hombre a la deriva y manifiesta al universo su desconcierto ante lo que ve y ante lo que sabe: que las buenas noticias del norte vienen a la vez cargadas de esperanza y de mentiras ("Casa abandonada"). Es un libro, en fin, de diciembres, donde todo acaba y no queda la certeza de que acaso comience también algo después, seguramente no. "El silencio habla y todos lo entienden". Pero más allá del silencio...

Uno se pierde en los versos de Desde lo incierto con el placer de estar buceando en mundos que, siendo de otro, son también propios, y en el placer de caminar sobre las palabras que duelen, porque evocan lo que uno no quiere recordar, ni saber, y aun así siente la dulce espuma de encontrarse en un lugar confortable, reconocible en su desnudez, acogedor en su vacilante escenario de incertidumbres pasadas y futuras. Al final del tiempo y de los versos ("Bajo las cenizas") asoma un convencimiento, el poeta que se inmola y deja bajo los rescoldos la clave única de un metal cualquiera, y vendrán generaciones incapaces de entender, acaso porque anduvimos errados tanto tiempo que ya no sepamos interpretar las palabras que no sean vanidad y ruido y no silencio y dolor.

1 comentarios :

Anónimo | sábado, junio 24, 2017 2:06:00 p. m.

Efectivamente, Antonio. Hoy el mejor poeta es aquel que se rodea de amigos (que nunca salen gratis) que le conceden premios, le hacen críticas elogiosas, lo llaman para que dé charlas... Pura endogamia corporativista, en la que lo importante es entrar e impedir que entren otros, rivales del pastel que se reparten unos pocos en un club de vanidades.

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