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Cerro del Cuerno/6

La reclamación y venta por parte del Estado de los montes comunales de Santa Eufemia, cuya propiedad sin embargo reivindica el municipio, nos retrotrae a épocas pasadas donde la lucha por las propiedades comunales y de propios fue constante en nuestra comarca. Durante toda la Edad Moderna la historia de Los Pedroches está llena de pleitos y litigios tanto contra la Corona como contra los poseedores de los señoríos en busca de una defensa de sus propiedades comunales, que con frecuencia fueron usurpadas por los condes de Belalcázar y Santa Eufemia, o, sencillamente, fueron arrebatadas arbitrariamente por disposiciones reales. Curiosamente, en muchas ocasiones, como ahora, los argumentos de quienes reclaman para sí unas propiedades que siempre han pertenecido a los pueblos se basan en la ausencia de títulos de propiedad legalmente autorizados, lo que obligará, en un hermoso ejemplo de autoridad de la Historia, a bucear en los archivos para encontrar documentos que acrediten lo que los antiguos llamaban el "uso inmemorial" de la tierra, buscando en el derecho consuetudinario una razón y un fundamento de propiedad.
Una confusión sobre el concepto de propiedad motiva también que se haya puesto a la venta el convento de las Concepcionistas de Pedroche, que data del siglo XVI. La cuestión es ahora especialmente dolorosa, pues los edificios religiosos no tienen solamente un valor material, ni siquiera sólo artístico, sino sobre todo el valor espiritual que les han otorgado a través de los siglos los habitantes del pueblo. Muchos de esos edificios, conformadores de la identidad local, se han construido y mantenido con aportaciones económicas populares, no sólo a través de mandas y testamentarías, sino con frecuencia de limosnas no siempre sobrantes, por lo que moralmente, una vez que estos edificios han dejado de ser necesarios para la finalidad con la que fueron construidos, y dado su alto valor simbólico y representativo, deberían restituirse al pueblo para ser motivo de una dedicación que, sin atentar a la antigua condición sagrada del lugar, respondiera a las nuevas necesidades espirituales e intelectuales de la población. Considerar un edificio religioso objeto de transacción mercantil con fines lucrativos se antoja, cuando menos, poco respetuoso con las creencias y sentimientos de las personas que durante siglos han depositado en él su fe y su esperanza y confirma la idea de un mundo cada vez más material e interesado, donde todo se vende, donde todo se compra.

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